Y ahí estábamos, ni en Bretaña, ni en Normandía, a tan solo un día de acabar con la parte del viaje que os contamos en este diario, porque realmente, al día siguiente, acabaríamos en el Pirineo Francés para pasar tres noches de descanso rodeados de naturaleza (descanso que luego no sería tanto descanso, pero eso también os lo contaremos, solo que en otras entradas).
Ya no estábamos ni en Bretaña ni en Normandía, pero esta etapa del viaje también formaba parte de él, ya que, al viajar con nuestro propio coche desde Madrid, emprendíamos la vuelta a casa, eso sí, sacándole todo el provecho posible. Vimos que tanto Chartres, como Orleans o Poitiers, podrían ser ciudades que bien merecían una visita y nos llevaban, de forma bastante natural, hacia las montañas del descanso.
A Chartres llegamos la noche de antes. En la entrada previa a ésta os hablamos de la ciudad y la famosísima catedral que parece reinarla. La tarde anterior nos había dado tiempo a visitarla por dentro y ver un espectáculo de luz que se proyectaba sobre su fachada en la noche.
Aquella mañana, antes de salir hacia Orleans, que sería nuestra próxima parada, queríamos darnos un paseo de nuevo por Chartres, porque nos pareció una ciudad con bastante encanto y, además, acercarnos a la zona del río, que a esa no llegamos a tiempo la tarde anterior.
Nos levantamos en la mejor habitación que habíamos tenido hasta la fecha, cristalera por todos los lados, esas cosas que te dan ganas de vivir. El desayuno, en el salón de la casa, estuvo muy bien. Mucho gusto en las zonas comunes y buen desayuno. Charlamos otro rato con los anfitriones de la casa y nos dijeron que podíamos dejar el coche aparcado en el jardín mientras nos dábamos otro paseo por la ciudad.
La tarde anterior, pensamos que Chartres no tenía demasiado ambiente por haber llegado cuando el comercio ya se encontraba cerrado. Nuestra sorpresa fue que, a la mañana siguiente, el comercio y el ambiente estaban prácticamente igual que por la tarde.
Pero no importó, pasamos delante del mercado de Chartres, sus callejuelas, y pusimos rumbo a la parte baja de la ciudad, a orillas del río Eure. Allí hay un paseo que permite ir por la orilla del río y observar la bonita estampa que forman algunas de las casas y molinos que se encuentran en el camino.
Desde la zona baja de la ciudad se obtienen unas preciosas vistas de la ciudad, nos pareció un paseo super recomendable.
Y tras este paseo matutino, volvimos al coche, definitivamente, Chartres había sido un lugar ideal para hacer noche. Nos llevábamos, además, el privilegio de haber visitado una catedral maravillosa que, por cierto, dicen que sobrevivió a los bombardeos de la II Guerra Mundial gracias a un soldado americano que la frenó, proponiendo entrar en su interior para comprobar que no estaba ocupada por los alemanes. Después del registro fue salvada de su posible destrucción.
Por cierto, que no lo habíamos dicho, pero está solo a unos 80 km de París. Y a una hora de Chartres estaba Orleans. Ese era nuestro siguiente destino.
Si vais a hacer una visita a Orleans durante el día, nos parece súper recomendable para estacionar el aparcamiento que hay en el Centro Comercial Parc d’Arc (está en el mismo lugar que la Estación Central), si salís hacia la Rue de la République estáis en el centro de la ciudad. Si realizas alguna compra en el centro tienes 2 horas gratis y el resto las facturan. Nosotros aprovechamos para comprar algo para comer y bebida y, al final, el aparcamiento para toda nuestra estancia fueron 2,70 euros. Nos resultó comodísimo. Esperamos que os sirva de ayuda.
Si cuando visitamos Ruan, Juana de Arco se coló en nuestras vacaciones, lo haría de nuevo en Orleans. Esta ciudad está muy vinculada con el personaje histórico, que la liberó del asedio inglés durante la Guerra de los 100 años.
La primera calle que conocemos de Orleans fue la Rue de la République, una calle semipeatonal en la que solo convive el tranvía con los peatones. Una avenida amplia y comercial que, a aquellas horas, estaba a medio fuelle, porque la mayoría de ciudadanos se encontraba comiendo.
La Rue de la République nos lleva directos a la Place du Martroi. Las dimensiones de la plaza son importantes, más de 9.000 metros cuadrados. En el centro, una escultura ecuestre con la protagonista de la ciudad, Juana de Arco. A la derecha, una “O” dorada de Orleans, donde los pocos turistas que se veían a aquella hora, nos queremos sentar, apoyar y hacer mil fotos. ¿Qué tienen las letras que nos vuelven locos últimamente? Se nos está yendo de las manos el tema, que ahora el que más o el que menos tiene una letra colgada o apoyada por algún rincón de la casa…
Volvamos al viaje y a la plaza, en esta plaza tiempo atrás, se llevaban a cabo las ejecuciones.
Desde la Place du Martroi, tomamos una de las callecitas que sale y nos muestra, aunque estemos en la zona del Loira, los entramados de madera coloridos que nos han acompañado durante las semanas pasadas por Bretaña y Normandía.
Antes de darnos cuenta, salimos a la calle que nos muestra la imagen más bonita, para nuestro gusto, de Orleans. Probablemente, también de las más populares. Desde la calle de Juana de Arco, se ve al fondo la fachada de la Catedral de Orleans. En nuestra visita, la calle estaba decorada con unas banderas.
Como véis, Juana de Arco se cuela constantemente aquí, de hecho, popularmente fue conocida con el sobrenombre de “la Doncella de Orleans”. En esta ciudad se encuentra también la que fue su casa. Realmente, Juana de Arco no era oriunda de la ciudad, vivió allí 10 años solamente y, como os contamos en la entrada anterior, murió quemada en Ruan.
La ciudad de Orleans sufrió una gran rehabilitación a partir del año 2000, parece ser que previamente no gozaba de mucha fama de seguridad tampoco. Pero se pusieron manos a la obra y la imagen que nosotros nos trajimos de ella fue muy buena en ese sentido.
Es una ciudad tranquila, también. No encontramos demasiado turismo, ni demasiada gente por sus calles, a pesar de la cantidad de turismo que atrae el Valle de Loira cada año al país.
Entramos en el interior de la catedral. Viniendo de la de Chartres o Rennes, no nos pareció tan espectacular, pero nos gustó mucho también. Sus vidrieras y estilo gótico nos atrapó.
Después de visitar la catedral, decidimos comer en la plaza en la que se encuentra, era un poco tarde para la hora que allí se estilaba, pero como llevábamos nuestras famosas ensaladas de mediodía, estábamos a salvo. Y así hicimos, nos acoplamos y vinieron a comer junto con nosotros un par de avispas de estas que se encariñan y no hay manera de deshacerte de ellas. ¡Cómo sería para que todavía me acuerde de ellas!
Seguimos descubriendo más rincones de Orleans tras la comida. Ponemos rumbo al río. Río que, en cierta medida, fue responsable de que Orleans, durante un tiempo, fuera conocida como la ciudad del vinagre. Se especializó en él, siendo su producto principal. Y, en parte, esto ocurrió porque cuando llegaba el vino a la ciudad a través del río, lo hacía ya picado y con ese toque avinagrado. Actualmente la cosmética es su industria principal.
Desde el río Loira, vamos paseando por la ribera hasta llegar al Puente George V y desde ahí cogemos la Rue Royale, caracterizada por sus soportales.
Nuestro próxima misión es la búsqueda de la casa de Juana de Arco. Visitable, pero nosotros solo queremos verla por fuera. Lo mismo nos pasó en Winchester (Inglaterra) con la de Jane Austen, o en Stratford Upon Avon (Inglaterra) con la de Shakespeare. Que no somos mucho de entrar en las casas de fallecidos, ya veis. Creo que en la única casa histórica que hemos entrado en nuestros viajes extranjeros fue en la de Ana Frank (Ámsterdam).
De Orleans a Poitiers, lugar en el que haríamos noche, nos separaban dos horas y media de viaje. Eso marcaba el momento en el que debía finalizar nuestra visita. En este caso, nos alojábamos en un hotel del centro de la ciudad y la recepción no era tan exigente en cuanto a la hora de llegada, pero los restaurantes no te esperan y nosotros queríamos cenar en condiciones.
De Orleans a Poitiers, nos toca pagar peaje en dos ocasiones, el total de la gracia, 23 euros. Teniendo en cuenta lo que pagamos cuando estábamos yendo hacia Bretaña hasta llegar a Nantes, pues tampoco nos extrañó.
El alojamiento en Poitiers era un Ibis Style. Ubicación perfecta, en todo el centro, zona peatonal, de hecho. Pero si reservas aparcamiento se puede entrar con el coche hasta allí. Nos asignan una habitación muy amplia, especialmente amplia porque está adaptada para personas con movilidad reducida. Nos sobra cuarto por todas partes, pero resulta comodísima para la estancia allí.
Por aquellos días, el cansancio se notaba, ese movimiento constante de lado a lado, poco a poco, va pasando factura. Teníamos un ratillo antes de cenar para darnos un paseo por los alrededores, del centro e ir pronto a cenar.
De Poitiers, os hablaremos un poco más extensamente en la próxima entrada, porque ¿a qué no lo adivináis? A nuestra llegada Poitiers es otra ciudad tranquila, donde los comercios han cerrado y casi no se ve gente por la calle.
Estamos un rato por la plaza de Poitiers, donde se encuentra el ayuntamiento. La tarde caía con una luz preciosa. Luego callejeo por la zona hasta llegar a la catedral que, por suerte, estaba cerrada, porque, aquel día, de lo que más ganas teníamos era de sentarnos a cenar e intentar ser conscientes de que era la última noche, como tal, de la aventura de ir con el coche de un lugar a otro, para descubrir un lugar nuevo cada día que te levantabas. Creo que hasta que no hemos hecho viajes de este tipo no hemos sido conscientes de lo que es sentirse nómada, aunque sea por unos días.
Paseamos un poco más por las calles sin tener muy claro qué nos parecía Poitiers, era totalmente diferente. Decidimos que dedicaríamos la mañana siguiente para descubrirlo mejor y nos fuimos a cenar.
En el hotel nos hicieron diferentes recomendaciones en función de la comida que ofrecían. La mayoría de locales estaban al lado de la plaza y del hotel. Nosotros elegimos la Brasserie 16 Caftons. ¡Y en qué momento!
¡Qué buenísimo estaba todo! Tuvimos que tirar de traductor de google para intuir qué pedíamos, de hecho, hasta pregutamos por Instagram en modo ayuda de emergencia por un término que no llegábamos a entender. Al final nos dió igual, de perdidos al río. Los platos elegidos fueron cerdo, cocinado fuego lento con puré de patatas y una salsa espectacular. Y ternera con especias, riquísima, y patatas fritas. Medio litro de vino, era fuertecito, pero rico. Y para culminar aquello una crème Brule brutal , qué sabor, qué textura tan delicada, qué placer… En serio, estaba espectacular. 54 euros la cena. Todo esto disfrutado en una mesita de estas que parece que van a ser incomdísimas porque estas sentado en línea, mirando hacia el frente, en una terraza, y que resultó ser idílica, aunque al que no escribe le llegaran las rodillas casi a la barbilla.
No podía haber mejor cena para terminar el roadtrip, ahora, os lo adelantamos, en las entradas que hagamos de nuestra estancia en el Pirineo, que fue donde fuimos después, las cenas no iban a tener desperdicio, tanto por la comida como por las experiencias, a cuál más divertida.
¡Qué buenísimo estaba todo! Tuvimos que tirar de traductor de google para intuir qué pedíamos, de hecho, hasta pregutamos por Instagram en modo ayuda de emergencia por un término que no llegábamos a entender. Al final nos dió igual, de perdidos al río. Los platos elegidos fueron cerdo, cocinado fuego lento con puré de patatas y una salsa espectacular. Y ternera con especias, riquísima, y patatas fritas. Medio litro de vino, era fuertecito, pero rico. Y para culminar aquello una crème Brule brutal , qué sabor, qué textura tan delicada, qué placer… En serio, estaba espectacular. 54 euros la cena. Todo esto disfrutado en una mesita de estas que parece que van a ser incomdísimas porque estas sentado en línea, mirando hacia el frente, en una terraza, y que resultó ser idílica, aunque al que no escribe le llegaran las rodillas casi a la barbilla.
No podía haber mejor cena para terminar el roadtrip, ahora, os lo adelantamos, en las entradas que hagamos de nuestra estancia en el Pirineo, que fue donde fuimos después, las cenas no iban a tener desperdicio, tanto por la comida como por las experiencias, a cuál más divertida.
Parece que en Francia hay una especial afición a dar luz a las noches. En Poitiers, un nuevo espectáculo de luz nos esperaba. En este caso había que acercarse a la Iglesia de Notre-Dame la Grande, cuya fachada se ilumina, cada noche de verano, policromando su fachada hasta el mínimo detalle, poco a poco y paso a paso.
De este templo os hablaremos en la próxima entrada, es una joya tanto su exterior como el interior y, si tenéis oportunidad, os recomendamos que lo visitéis tanto por la noche, si está iluminada, como, por supuesto, de día. Más o menos estuvimos unos 20 minutos allí, sentados en el suelo de la plaza en la que se encuentra.
Desde allí, en apenas unos 10 minutos estábamos en la cama, caímos redondos, a la mañana siguiente descubriríamos, de verdad, Poitiers y tocaba desviarnos de nuevo a Burdeos. ¿Os acordáis del trípode perdido allí el tercer día de viaje? Íbamos a luchar por él. ¿Lo recuperaríamos? (aquí contamos cómo lo perdimos). Y, por último, os enseñaremos el rincón en el que haríamos noche y pasaríamos los siguientes tres días en el Pirineo francés…
Muchas cosas queríamos hacer en un día y teníamos unos cuántos kilómetros que recorrer. Aquella noche, con la cena que nos dimos, nada de eso nos preocupaba… Al día siguiente la suerte proveerá…