Amanecemos en la “casita de los Alpino”, en los alrededores de Mont Saint-Michel (si habéis llegado a esta entrada sin leer la anterior, os recomendamos que le echéis un vistazo para saber a qué nos referimos, básicamente, se trata de nuestro alojamiento peculiar). El que no escribe siempre se pide “segun” para ponerse en marcha e ir al baño y aquel día era más duro que en otras ocasiones ser la líder de ese momento cruel. Había que bajar las escaleras malditas, cruzar un patio y, por fin, llegar a la ducha. Todo un derroche de energía para estar recién levantados.
Tras pasar por este trance, los dos nos encontramos en el saloncito al anfitrión dejándonos el desayuno sobre los tapetitos de ganchillo. Todo muy encantador. Ellos se tenían que ir, pero no faltaba detalle entre croissants, tostadas, fresas, zumo, café de máquina. Habíamos quedado a las 08:30, pero con tanto trasiego nos habían dado las 09.00 (muy españoles).
Después de desayunar, procedemos a tirarnos algunas cosas desde la planta de arriba a la de abajo, ya le habíamos pillado el truquillo. Y nos vamos, pensando que seríamos de los primeros, hacia el Mont Saint-Michel, para visitar su abadía.
El día anterior tuvimos tiempo suficiente para visitar todos los exteriores, pero nos quedaba esa parte pendiente.
A las 09:30 estamos aparcados en el parking del Mont Saint-Michel, 12 euros de aparcamiento. En poco tiempo llega el autobús que nos lleva desde el aparcamiento hasta la pasarela de entrada al monte.
Lo cierto es que en 10 minutos estábamos dentro y por la calle se podía andar con bastante fluidez. Respiramos de nuevo.
Cuando llegamos, la marea estaba baja, se esperaba la pleamar hacia las 11 de la mañana. Así que nuestro plan era visitar la Abadía y estar fuera del Mont Saint-Michel antes de que el agua llegará a su puerta.
La entrada a la Abadía, con audioguía, en agosto de 2018, era de 10 euros. Como comentamos en la entrada anterior en verano, los horarios de visita se amplían hasta la noche. Que podíamos haber aprovechado para verla, pero estábamos tan hipnotizados con el lugar que no nos apetecía más que mirarlo desde fuera y pasearlo.
Estar a los pies del Mont Saint-Michel es muy impactante, mucho más de lo que pensábamos antes de ir allí, a pesar de haber oído hablar millones de veces de él.
La historia de este lugar se remonta al año 708. Entonces comienza la construcción del primer santuario consagrado al Arcángel San Miguel, ni más, ni menos. Abrazado por unas mareas que parecen mágicas, haciendo que el agua aparezca y desaparezca, hasta 14 metros, en cuestión de escasas horas.
Durante siglos, son muchas las historias que han sido protagonistas en el monte. De templo religioso a fortaleza defensiva, hasta llegar al abandono y una restauración intensa, cómo no. Durante determinados días del año, el Monte se convierte en una isla. El verano pasado ocurrió dos días antes de nuestra visita (os dejamos horarios de las mareas).
En 2019 serán estas fechas las afortunadas: del 21 al 24 de enero / del 19 al 23 de febrero / del 20 al 24 de marzo / del 18 al 21 de abril / del 18 al 19 de mayo / del 4 al 5 de julio / del 1 al 4 de agosto / del 30 de agosto al 3 de septiembre / del 28 al 30 de septiembre.
Visitamos el interior de la Abadía, la verdad es que nos gustó mucho. Se sigue un circuito marcado. Muy recomendable.
Desde el interior, en la parte más alta, vemos como la marea va subiendo e intuimos en ese momento que se nos iba a pasar la hora para estar fuera con la marea alta, pero no quisimos tampoco acelerar demasiado y seguir disfrutando de la visita.
Cuando terminamos la visita a la Abadía y salimos a las estrechas calles es cuando de verdad somos conscientes de la dimensión de las palabras de todos aquellos que dicen que el Mont Saint-Michel está muy masificado. La tarde noche anterior estuvimos muy tranquilos en la visita y la primera hora de la mañana, a pesar de la fila inicial de acceso, por dentro seguía estando relativamente bien. Pero alrededor de las 11 de la mañana eso era una procesión.
Muy agobiante, por suerte, nosotros ya nos marchábamos, pero desde aquí os recomendamos, de verdad, que intentéis cuadrar la visita o para la tarde, noche o para muy primera hora de la mañana. Si no os queda otro remedio que ir en horas centrales, mucho ánimo y paciencia.
Cuando salimos al exterior, el mar había retrocedido unos cuántos metros ya ¡qué pena!. Al menos el sol quiso asomar un poco, porque el día amaneció bastante oscuro. Nos quedamos un rato sacando las últimas 5.000 fotos, todas iguales, y continuamos nuestro camino.
Muy agobiante, por suerte, nosotros ya nos marchábamos, pero desde aquí os recomendamos, de verdad, que intentéis cuadrar la visita o para la tarde, noche o para muy primera hora de la mañana. Si no os queda otro remedio que ir en horas centrales, mucho ánimo y paciencia.
Cuando salimos al exterior, el mar había retrocedido unos cuántos metros ya ¡qué pena!. Al menos el sol quiso asomar un poco, porque el día amaneció bastante oscuro. Nos quedamos un rato sacando las últimas 5.000 fotos, todas iguales, y continuamos nuestro camino.
A 25 kilómetros de distancia desde Mont Saint-Michel se encuentra el Brittany American Cemetery. Nos adentramos en la Normandía del Desembarco de la II Guerra Mundial, la que trae al presente y saca de los libros de textos a lugares tangibles episodios negros y tristes de la historia.
En este cementerio reposan los restos de 4.405 soldados americanos que dejaron sus vidas en campañas sucedidas en el año 44, en la Segunda Guerra Mundial en la zona.
Se encuentra en Saint-James. Frente a la entrada, hay un aparcamiento que a la hora que llegamos se encontraba vacío, a excepción de otro coche, además del nuestro. Que fuera la hora de comer, igual, algo tendría que ver.
No imaginamos cómo nos impactaría tener ese panorama ante nosotros. Las más de 4.000 cruces, entre las que se mezclaban las cruces clásicas. con las de terminación en la Estrella de David, para los soldados judíos. Todas iguales, sin ornamentación alguna, exactamente iguales para soldados rasos que para mayores rangos. Los muros con los nombres de cada una de las personas que habían caído en el conflicto bélico, el silencio, la soledad.
Un memorial en honor a todos ellos y dentro de la iglesia unos paneles ilustrativos de las ofensivas y cómo se desarrolló el conflicto bélico.
El cementerio se ubica en el mismo punto que, en 1944, se ubicó el cementerio temporal americano.
Nos vamos de allí un poco tocados, al final entre unas cosas y otras estuvimos 50 minutos dentro. En el coche mientras que el que no escribe conduce voy leyendo algunas cosas relacionadas con la II Guerra Mundial, el Desembarco de Normandía, etc.
Y entre unas cosas y otras el tiempo se echa encima, no vemos un sitio donde comer, no nos apetece comer en el coche y se va mascando la tragedia por momentos.
Nuestra siguiente parada, inicialmente, iba a ser una Batería Militar. La Batería de Azeville, un poco retirada, pero de la que teníamos buenas referencias para visitarla. En el camino habíamos parado en un supermercado, viendo que el tiempo se echaba encima, para hacernos con unas ensaladas y algo de fruta, y acabamos comiendo en una área de servicio.
Un área de servicio donde no estábamos solos, porque las áreas de servicio durante nuestro viaje por Francia tienen mucha actividad. Esta no sería la mejor que encontramos, pero tenía su encanto, principalmente, si solo mirabas hacia el frente. Había como una especie de maizales y parecía que estábamos en algún lugar idílico, ahora si girabas la vista atrás, una gasolinera y la autopista nos respaldaban. Obviemos esa parte y quedémosnos con los maizales y nuestro postre creativo, tras las ensaladas, nos esperaba una chocolatina viajera, de esas que habían recorrido kilómetros con nosotros y se había convertido en chocolatina deconstruida, que fue un show comer. Pero ¡qué rica estaba al lado de esos maizales (suponiendo que lo fueran y obviando la cercanía de la autopista).
Vale, pues seguimos, vamos a la Batería ¿no? Pues no, no vamos, decidimos cambiar de plan, porque era un poco tarde, estaba lejos y pensamos que podríamos encajarla mejor en el día siguiente. Así que decidimos ir al otro cementerio, el más conocido de la zona, el Cementerio Americano. Ponemos la nueva dirección en el GPS y a los 10 minutos decidimos que tampoco, que nos encaja tambien para el día siguiente. Ay, ay, ay que se va a empezar a notar que estamos en el día 12 de un viaje sin pausas, que empezamos a procrastinar… Pues sí, lo hacemos, y nos salió bien.
Decidimos finalmente ir a Bayeux, donde vamos a pasar dos noches. Aquel día, no cuadra tomarnos nuestro café de viejóvenes reconstituyente y, en el coche, vamos notando el sopor que no faltaba a su cita cada día a esas horas.
El alojamiento elegido es el Logis de Saint Jean. Bien ubicado para disfrutar de la ciudad a pie, aunque no tiene aparcamiento. En la dirección que llevábamos marcada aparece un hotel en el que pone “Logis” con una entrada muy coqueta. Nos miramos desconfiados, no recordábamos que tuviera una entrada tan vistosa en las fotos. Entramos y damos nuestro nombre, no aparecemos. Y en cuestión de menos de un minuto se aclara todo cuando la recepcionista con su dedo nos indica que es en la puerta “minúscula” de al lado, ese es nuestro nivel.
Alojamiento peculiar también. La anfitriona encantadora, está muy emocionada con que seamos españoles, enseguida, nos dice que habla un poco de español, que sabe decir “una cerveza, por favor”, perfecto, justo la frase que necesitamos que sepa. Nosotros sabemos decir en francés “une carafe d'eau” (una jarra de agua). Empatados. Hablamos un rato en inglés sin mayor dificultad y nos lleva a enseñarnos la habitación. Entramos en una especie de corrala y oh… escaleras de nuevo, ahí vamos como dos sherpas escaleras arriba.
Cuando entramos, mi vista se dirige rápidamente al sofá. Tengo un sensor para detectar elementos perturbadores en las habitaciones. El cojín de gatito con lentejuelas no podría volver a salir de mi mente hasta que dejamos el alojamiento. Hay otro que también resulta perturbador, pero el nivel del cojín gatito es demasiado alto para poder ser superado. Por lo demás, hasta la fecha, el mejor baño de todo el viaje y una habitación aceptable.
El que no escribe dice que tiene que hacer copias de seguridad de los 300.000 archivos generados que llevamos. Así que aprovechamos para descansar un poco mientras aseguramos las fotos.
Salimos a pasear por Bayeux poco antes de las 18:00. Demasiado tarde para ir a cualquiera de los museos que nos han recomendado. La anfitriona del alojamiento hizo bastante hincapié en el de la Tapisserie (con su impresionante tapiz) y habíamos leído que también el de la II Guerra Mundial era interesante. Nos tuvimos que conformar con pasear por la ciudad.
Bayeux fue un lugar que nos encantó, muy agradable para llegar por las tardes noches y perderse entre sus calles. Bayeux fue ocupada por los nazis en el 1940 y fue la primera ciudad liberada de la ocupación en la Batalla de Normandía, en 1944. Y fue el primer lugar donde De Gaulle dio su discurso de “Francia libre”
En Normandía, es habitual encontrarte como un mismo espacio comparte banderas de diferentes países implicados en el conflicto bélico del que fue protagonista.
De calle en calle llegamos hasta su catedral, originaria del s.XI. Desde fuera, resultaba impresionante y por dentro también nos encantó. No esperábamos nada especial de Bayeux, quizá eso influyó en la buena impresión que estábamos teniendo del lugar. Habíamos dejado atrás las ciudades y pueblos bretones, para dar paso a otro tipo de arquitectura que también nos resultaba muy atractiva.
A la salida de la catedral, empezó a chispear. No hicimos mucho caso a esas gotas despistadas que iban cayendo cada vez con más intensidad, hasta que eso empezó a ponerse un poco intenso y acabamos refugiados al lado del río, bajo un árbol. Decidimos que era la hora de cenar.
En el hotel nos habían dado unas cuantas recomendaciones. Elegimos una de ellas que fue todo un acierto, si alguno paráis en Bayeux os lo recomendamos. Se trata de Le Volet qui Penche. Desde fuera parece una vinoteca, pero es más que eso, es un restaurante. No fuimos los primeros en sentarnos a cenar, había alguna pareja más y en 15 minutos el local estaba lleno (es pequeño).
Nos atendieron en inglés sin ningún problema. Pedimos una tabla de quesos y embutidos para dos y una botella de vino recomendada por el camarero. Por cierto, una persona súper amable.
Nos estuvo comentando que Normandía no es zona de vinos, sino de sidra, de manzana y de pera. Y la conversación sucede similar a algo así “¿De pera? sí, ¿de pera, pera? que sí ¡de pera!, ah pues nunca la hemos probado, tendremos que volver”.
La tabla muy muy abundante, 4 tipos de quesos, 6 tipos de salchichones franceses, jamón del país, mantequilla, cabeza de jabalí (o similar) y encurtidos. Todo riquísimo. Destacamos el Roquefort, la mantequilla, algún salchichón y, sobre todo, el pan, sí, el pan.
Cayó la botella entera. No la tabla, aunque estaba todo muy rico, era demasiado y dejamos algo de queso, poco, algo de cabeza de jabalí y jamón (este siempre nos sobra, fuera, claro, el ibérico nunca). Dos cafés y la cuenta: 65 euros.
Cuando estábamos en la calle, justo en la puerta, vemos que sale el hombre. Pensamos que ha habido algún problema con la tarjeta o nos habíamos dejado algo, pero no, dice que volvamos a entrar, que tenemos que probar la sidra de pera ¿De pera? Síiii, ¡de pera!. Así que nos invitó a una copa a cada uno. Muy suave y buena.
¿De pera? Síiii, ¡de pera!
Como decíamos, una persona totalmente encantadora. Nos comenta también que a las 22:00 nos acerquemos frente a la catedral, a una plaza donde hay un árbol. Que allí va a haber un espectáculo de luz y sonido, algo nos había comentado también la mujer del hotel.
Y con la alegría que da el vino, el queso, la mantequilla y la sidra de pera (sí, de pera) nos vamos con los ojos vidriosos a buscar la plaza.
Mientras cenábamos, la lluvia había sido intensa, pero a la salida había parado y todo el cielo estaba teñido de rosa. La luz, previa al anochecer, que iluminaba Bayeux era mágica.
En la entrada a la plaza del árbol, hay controles de seguridad que revisan mochilas. La alerta en Francia está siempre al máximo, cada vez que la visitamos, pillamos controles, aquí no los esperábamos. Bayeux no es una ciudad masificada, pero no bajan la guardia y no es para menos.
El espectáculo es precioso, en el árbol (tronco y hojas), se van proyectando imágenes acompañadas de música que representan la historia de Normandía. Lo disfrutamos muchísimo, nos emocionamos, nos divertimos, precioso. Mereció mucho la pena.
Desde allí, ponemos rumbo al hotel, lo hacemos parando en diferentes rincones, sacando alguna foto nocturna y tocando la cama hacia las 00:30 de la noche. Cuando abrimos la puerta de la habitación y vi aquel cojín de gato de lentejuelas mirándome, pensé que igual tendría problemas para conciliar el sueño, pero en Bretaña y Normandía no hay elemento perturbador cuando tocas cama que pueda frenar el estado catatónico con el que llegas a dormir.
Al día siguiente Normandía tenía muchas cosas que enseñarnos…