Hay momentos en la vida que parecen que nunca van a llegar. Es como esas rutas que tienen una pendiente que parece que nunca acaba y cuando tan solo te quedan unos metros para llegar a cima serías capaz de dejarte rodar ladera abajo y mandar todo a tomar por saco. Que le den a las vistas, que le den a la superación, que le den a todo y me devuelvan a mi sofá con una bombona de oxígeno y suero en vena. "Pero si llevas subiendo una hora y quedan cinco minutos", te dicen. Y a ti te da igual que sea Punset con su racionalidad el que venga a decirte eso, porque tú pasas, tú, tus piernas de gelatina, tu corazón y los higadillos que asoman por tu boca. Esto pasa mucho cuando estás a punto de coger vacaciones después de un año. Está tan cerca el momento que parece que no vas a llegar y, esos últimos días, ya no quieres ni ir a trabajar, que me echen, que me echen, te dices cuando suena el despertador. Pero ese día llega, el de las vacaciones, y aquella mañana de agosto, a las 7:15 de la mañana, sonaba el despertador que daba el pistoletazo de salida a nuestro viaje a Bretaña y Normandía.
En la entrada anterior os contamos todos los datos relacionados con la preparación del viaje, itinerario y otra información práctica relacionada.
Aquella mañana teníamos todo listo, hasta 20 días después no teníamos planificado el retorno a casa. El plan era ir a Bretaña y Normandía desde Madrid en nuestro coche. La primera parada del itinerario, antes de llegar a Bretaña, era Burdeos (Bordeaux). No conocíamos la ciudad y pensamos que sería una buena oportunidad. Allí íbamos a hacer dos noches, de manera que el primer día nos diera tiempo a darnos un paseo (en función de la hora a la que llegáramos) y el día siguiente sería para conocerla un poco más a fondo y así, además, poder descansar sin que fueran demasiados kilómetros seguidos.
A pesar de la ilusión por comenzar el madrugón no fue demasiado reconfortante. La noche había sido dura, en un momento de desesperación yo hasta me había tirado al suelo en busca de un metro cuadrado de frescor, no lo encontré. Se me llegó a pasar por la mente meter la cabeza un rato en la nevera, pero para eso había que levantarse y tampoco parecía buena idea, elegí suelo a pesar de todo.
Así que, a las 08:45, el que no escribe, tres maletas, un trípode (ay el trípode, qué útil fue en el viaje), tres mochilas, un dron y yo, poníamos rumbo a cruzar anchas Castillas, norte de España y atravesar la frontera, no sin antes pagar religiosamente numerosos peajes, por supuesto.
El viaje fue estupendo, no hicimos la primera parada hasta justo antes de salir del país, recorridos unos 450 km en casi 4 horas. Aprovechamos ese momento para echar gasolina, que como os contamos en la anterior entrada, nuestros vecinos la tienen a precio de… “gasolina francesa”.
Después de esa parada, pusimos las coordenadas de nuestro apartamento en Burdeos y emprendimos de nuevo la marcha hacia allí. La primera parte del viaje se pasó volando, pero la segunda empezaba a pesar, un nuevo viajero se había incorporado nuestro trayecto, el hambre. El hambre es el típico viajero cansino y pesado. El típico que se tiene que hacer notar, parece que te estuviera preguntando todo el rato ¿cuándo llegamos?¿queda mucho? ¿y ahora cuánto queda? ¿y no podemos parar un poco?. Es el típico acompañante cargante y pedante que está con el “ñi ñi ñi” todo el rato y te irrita, te irrita. Pues hasta las 15:00 lo tuvimos que aguantar. Solo un triste Mc Donalds tirado en una zona residencial pudo enmudecerlo, a esas horas pocas alternativas teníamos y menos recién llegados a un lugar que no conocíamos.
Para ese momento estábamos ya en Burdeos, a unos 15 minutos del apartamento y a 37 grados a la sombra. Muy apacible todo.
Cuando terminamos con nuestro acompañante, lo dejamos allí abandonado, sin pena ninguna. Llamamos a los propietarios del apartamento para decirles que estábamos allí y quedamos en unos 20 minutos en la puerta.
Nuestra planificación de alojamientos para este viaje fue bastante tardía, a finales de junio y principios de julio estábamos en ello, muy tarde. Viendo precios de hoteles y disponibilidades apareció este apartamento que, si bien no estaba en todo el centro de la ciudad, sí que estaba bastante cerca, andando a unos 20 minutos de la catedral y en tranvía en pocas paradas. Además tenía aparcamiento, no en el mismo edificio, pero a pocos metros. (Ubicación del apartamento y distancia hasta catedral)
Hablemos del alojamiento. El alojamiento estaba a pie de calle. Sí, a pie pie. Lo que podría ser un escaparate de una tienda era la ventana de lo que iba a ser nuestro saloncito y cocina. Deberíamos referirnos a este alojamiento con todas las palabras acabadas en “ito”, porque era muy pequeño. La chica que nos lo enseñó por suerte hablaba inglés. Lo tenían muy bien equipado en general, pero a excepción del ventanal del salón, el resto no tiene más ventanas y, al esta al estar a pie de calle, va con una especie de persiana que debe estar bajada si no quieres sentirte como un maniquí o un protagonista de Gran Hermano.
Al entrar habían conectado la típica máquina de aire acondicionado portátil y encendido dos ventiladores adicionales. El dormitorio, además, tenía un mini aparato de aire de mesilla con luces de colores. Decorado de estilo industrial parecía suficiente para la estancia de dos noches, aunque resultaba bastante perturbador tener que estar con el cierre echado y una rendij-”ita” para que asomara el tubo de la máquina de aire acondicionado.
En fin, es lo que hay, tras mostrarnos todas las prestacionc”itas” del apartamentito nos guió hasta el aparcamiento para que dejáramos el coche. Y definitivamente nos quedamos exhaustos y solos sudando como pollos.
Nos planteamos hacer una parada técnica de 30 minutos para coger fuerzas, pero visto el calor infernal y el sol abrasador del momento, esa parada se convirtió en un par de horas, con siestecilla incorporada.
Con respecto al transporte público en Burdeos, existen unas tarjetas que cubren 24 horas. Aunque desde el apartamento se podía ir andando al centro en un rato, dadas las circunstancias climtológicas pensamos que mejor dosificar nuestras fuerzas y salvaguardar nuestra salud, para lo que el tranvía podría ser nuestro cómplice. La parada estaba tan solo a unos 3 minutos andando de la puerta del apartamento y allí mismo se puede sacar, en las máquinas expendedoras, la tarjeta. 4,70 euros por persona las 24 horas y comienza a contar el tiempo desde el momento que la validas.
Debemos decir que en la calle no había nadie. Solo estos dos insensatos ansiosos que a los cinco minutos ya estaban medio derretidos.
Nos bajamos en la parada de la catedral, no llegó ni a 10 minutos el recorrido. Fuimos a toda prisa a entrar en el interior del templo para ver si, mientras la visitábamos, caía un poco el sol, pero para nuestra mala suerte en ese momento había misa, así que no nos quedó otra que salir de nuevo a la calle.
Sobre todo lo que visitamos en Burdeos hablaremos en la siguiente entrada, para agruparlo en un bloque. Ahora, simplemente, os relataremos de forma resumida la primera toma de contacto con la ciudad. Lo que viene a ser el paseo por el centro histórico de aquella tarde noche, algo de su historia y nuestras impresiones.
Burdeos es una ciudad que, en modo turístico, se puede recorrer a pie, está todo lo visitable relativamente cerca y es totalmente plana. Nosotros a parte de para ir y venir del alojamiento, o de acercarnos a visitar la Cité du Vin, no utilizamos el tranvía para prácticamente nada más. Quizá para algún desplazamiento corto en los momentos de máximo calor (que la verdad es que fueron la mayoría, porque una ola de calor había pasado a visitar aquellos días la ciudad).
Esta ciudad es la capital de Nueva Aquitania. Su centro histórico está considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Un pasado industrial ennegreció las preciosas fachadas que se pueden encontrar en ellas. Una ciudad cuya belleza parecía haber pasado a un segundo plano hasta que, en los años 80, cambió su perfil y se empezó a limpiar y redescubrir lo que aquellos edificios escondían. Así, la apodaban como “La Bella Durmiente” ya que parecía aletargada y escondida bajo el olvido de su belleza.
Cuando comenzamos a pasear por Burdeos, aquel día, a pesar del cansancio y el calor intenso empezamos a descubrir a qué se referían cuando habíamos leído cosas parecidas a esto que os acabamos de contar antes de ir. Burdeos es una ciudad bonita, al menos el centro histórico, que es lo que nosotros realmente hemos podido conocer más.
Tras ver frustrado nuestro intento por entrar en la catedral a protegernos del sol, antes de darnos cuenta estábamos en la Rue St Catherine, una de las calles comerciales por excelencia de Burdeos.
En el paseo nos encontramos con una galería comercial declarada monumento histórico, Le Galerie Bordelaise, de la primera mitad del s. XIX. Los comercios estaban cerrados por la hora que era, pero mantiene un aire del ayer y es pintoresca.
Sin mapa que nos orientara decidimos ir hacia la que dicen que es la plaza más grande de Francia, la plaza de Quinconces. Sobre ella y su historia hablaremos más detalladamente en la siguiente entrada, pero así de entrada se trata de una explanada de 120.000 metros cuadrados. El centro de este lugar es el Monumento a los Girondinos, una columna sobre una ornamentadísima fuente en honor al grupo político de vital importancia en la época de la Revolución Francesa.
Le voy anticipando al que no escribe que he leído que ese lugar, al que nos dirigíamos, es un centro de reuniones, de vida, de celebración de eventos y de júbilo donde acuden los bordeleses. Y entonces es cuando llegamos y lo que encontramos es una solanera, un vacío y una soledad que me hace replantearme mucho mis fuentes informativas antes de iniciar un viaje. Tan solo una mujer con dos perros se bañaban dentro de la fuente, cuatro desorientados más y unos japoneses, tan insensatos como nosotros, pero con mejor actitud, que nos pedían que les hiciéramos una foto. Decidimos que sería mejor volver al día siguiente.
Y desde allí vamos bajando hacia la orilla del río Garona que está a pocos minutos, mientras nuestras suelas se derriten por el asfalto.
Donde hay agua, hay alegría, y más aún si estás en una ola de calor. Nuestra intención era llegar al lugar más emblemático de Burdeos. La imagen más representativa que se encuentra de la ciudad cada vez que pones su nombre en internet, la Plaza de la Bolsa y su famoso Espejo del Agua.
Este es un lugar que, tanto por la tarde, por la noche, o a la mañana siguiente, encontramos siempre lleno de gente. Y a su alrededor, además, la gente parecía haber recuperado la vida. ¿Así que es ahí donde estaba todo el mundo? Música, bailarines espontáneos, actuaciones, turistas, un poco de todo que nos inyecta vida en las venas.
Vemos durante un rato los bailes callejeros y luego nos dejamos impresionar por la famosa plaza y su Espejo del agua. Una fuente que suelta agua desde el suelo, a ratos en forma de vapor, a ratos en forma de agua por donde se rebozan niños, pasean adultos descalzos, pasan patinetes. Y a pesar de que aparentemente no parecía una idea muy salubre la de descalzarse y probar el paseo por ahí, el olor a cloro que invadía la zona y el “allá donde fueres haz lo que vieres” gana la partida y no puedo evitar probar la sensación. Debo reconocer que esperaba llevarme una sensación de frescor gratificante, pero el agua salía bastante tibia. Pero sí, ahora puedo decir “yo también pasee descalza por el famoso y tibio Espejo del Agua” y lo más importante el que no escribe no.
En la próxima entrada hablaremos un poco más de esta parte monumental de Burdeos, pero ese lugar se convertiría en uno de los rincones por los que más veces pasamos en nuestra corta estancia.
Ya eran casi las 21:00 horas, no teníamos hambre, seguía haciendo calor y el cansancio pesaba bastante. Aún así, sabíamos que no podíamos retrasar más el momento de la cena. Burdeos admite cenar a horas parecidas a las españolas (algo que no pasaría en el resto del viaje), pero tampoco podíamos arriesgar demasiado. Y así cruzamos al otro lado, atravesamos la puerta que da paso al Burdeos intramuros y callejeamos por la zona.
La ciudad estaba llena de vida, las terrazas llenas de gente. Como es típico en Francia todas las mesas pequeñitas y muy juntas. Elegimos un restaurante que estaba situado en una plaza con mucho encanto, después sabríamos que esa plaza estaba declarada monumento histórico, la Plaza del Parlamento, en el Barrio de St Pierre y a pocos metros de la Bolsa.
El elegido es el Restaurante L’ombriere, nos dejamos llevar por intuición y porque había una mesa libre, principalmente, en una terraza muy afrancesada, con bastante encanto y poco espacio entre las mesas. Teníamos tanto calor que pedimos dos ensaladas, entonces no teníamos claro lo de la jarra de agua que en Francia te ponen directamente cuando te sientas a comer, y había una botella sobre la mesa que ponía 5 euros en el cristal. Intentamos pedir nuestra jarra de agua en francés, aquella comunicación no fluyó, tuvimos que recurrir al inglés, pero al menos lo intentamos. También, ya que estábamos en Burdeos, el que no escribe se lanzó con una copa de vino del lugar, que estuvo buena, solo que tenía temperatura más de poleo menta que de vino. Dos expresos y 41 euros. No estuvo mal, pero tampoco nada super especial.
Después de cenar, y aun con brillos en la cara, la oscuridad de la noche nos dió fuerzas para acercarnos de nuevo a la Bolsa con la intención de sacar una de esas fotos con las que habíamos soñado. Una imagen nocturna de la Bolsa reflejada en el Agua de la fuente, la veíamos clara. Lo que pasa que la veíamos nosotros y otras 800 personas que estaban allí para hacer su foto, para pasear, para correr, para retozar por el agua… Aún así la paciencia nos acompañó y estuvimos allí más tiempo del que podéis imaginar para sacar alguna de las fotos que os mostramos. Es todo lo que pudimos hacer… (sin trípode, por supuesto, porque nosotros lo llevamos de viaje pero lo dejamos en el apartamento, muy lógico todo).
Desde la Bolsa ponemos rumbo caminando hacia la catedral, viendo un poco más del Burdeos nocturno, para allí coger el tranvía A que nos llevaría al apartamento.
A las 23:30 llegábamos a nuestro escaparate callejero. Encender máquinas de aire acondicionado, ventiladores de mesa, de techo, abanico a mano y, antes de dormir, consultar el pronóstico del tiempo para el día siguiente, más que nada para encontrar una razón para dormir con esperanzas. El pronóstico no fue alentador, más de los mismo… “Quien con calor se acuesta, mojado se levanta”.
Al día siguiente no habría tiempo para lamentos, Burdeos nos esperaba…
¿Tienes planes hoy?
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