Viajar desde Madrid hacia Bretaña y Normandía en nuestro coche, ese era el plan del pasado verano y eso fue lo que hicimos. Hace unos días publicamos una entrada con todos los preparativos del viaje e información general de interés y en la entrada anterior os narramos nuestro primer día de viaje, cómo llegamos a Burdeos y la primera toma de contacto con la ciudad. Vamos a aprovechar esta entrada para, además de contaros cómo vivimos aquel día, unificar todo lo que vimos en nuestra corta estancia en Burdeos.
En Burdeos pernoctamos dos noches, la del día llegada, que lo hicimos sobre las 15:00, y la del día que os vamos a contar hoy. Al día siguiente, saldríamos hacia Bretaña con una parada intermedia en Nantes.
Aquella mañana pusimos el despertador para garantizarnos salir a la calle antes de que los rayos del sol fueran rayos láser abrasadores. A pesar de ello remoloneamos. El placer del remoloneo no puede ser cortado en unas vacaciones, sin remoloneo no hay vacaciones.
Lo bueno es que el baño del apartamento era tan pequeño que difícilmente se nos podían pasar las horas muertas en él, así que espabilamos más o menos rápido y desayunamos en la cafetería que había enfrente de la parada del tranvía. ¡Cómo hacen los bollos en Francia! Creedme, porque soy una zampabollos profesional, sé diferenciar los buenos de los mediocres con un mordisquito. Los muffins que nos ponen nos supieron a gloria, hasta el café, aunque nos hicieron empezar a sudar a las 10 de la mañana. Y eso solo sería el principio.
Y sí, a las 10 de la mañana el calor ya era palpable en el ambiente, con lo que nos gusta a nosotros, ¡qué maravilla!, mantener así la actitud no es fácil. Menos aún si cuando montas en el tranvía el aire acondicionado es igual que si te soplara un niño de un año.
De nuevo, al igual que hicimos el día anterior, nos bajamos en la parada de la catedral y nos acercamos a la puerta con la intención de entrar, pero otra vez algo impide que visitemos el templo. Información práctica, la catedral de Burdeos los lunes está cerrada por la mañana, su horario para ese día es de 15:0p a 19:00.
Pues paseo por el centro histórico, sin un rumbo claro. Como contamos en la entrada anterior, Burdeos, la conocida durante años como la Bella Durmiente, es una ciudad muy bonita que estuvo oculta por su actividad industrial durante años. Su casco histórico, declarado Patrimonio de Humanidad por la UNESCO, es totalmente disfrutable en el paseo. Calles peatonales y semipeatonales, plazas, arquitectura afrancesada, adoquines, comercio, restaurantes, monumentos.
Desde la Catedral hasta el río Garona hay un montón de calles por las que perderse, nosotros elegimos las que nos parecieron las más pequeñas, porque el día anterior ya habíamos cogido una de sus calles principales. La calle St Catherine.
La calle St Catherine es la vía principal que cruza el casco histórico, mide más de un kilómetro. Dicen de ella que es la calle peatonal más larga de Europa, aunque no siempre fue de uso exclusivo de los viandantes, esto solo ocurre así desde mediados de los años 80. Es de carácter comercial y un paseo por ella te llevará a encontrar tiendas de todo tipo.
El día anterior conocimos unas de las galerías comerciales que se pueden encontrar allí, ya os hablamos de ellas, pero como estamos unificando aquí todos los lugares curiosos y emblemáticos que visitamos en Burdeos, las recordamos de nuevo, son las Galerías Bordelaise del s.XIX, consideradas monumento histórico.
Uno de los extremos de la calle St Catherine desemboca en la Plaza de la Comedia. Un lugar al que llegamos de forma azarosa el primer día de estancia en Burdeos y nos pareció muy atractiva. En la Plaza de la Comedia de Burdeos se encuentra el Gran Teatro de Victor Louis, un edificio impresionante con más de tres siglos de vida.
Nosotros no visitamos su interior (visitable solo miércoles y sábados), aunque por lo que hemos leído es altamente recomendable. El arquitecto que lo diseñó, Victor Louis, es el mismo que se encargó del Palacio Real de París. Además, la Ópera de esa ciudad está inspirada en el Gran Teatro. Está considerado monumento histórico y guarda en su pasado algunos capítulos en los que tuvo que convertirse de forma provisional en la sede de la Asamblea del Parlamento de Francia. Fue en los años en los que Burdeos, de forma breve, se convirtió en capital del país. Todos ellos, momentos en los que se sucedían conflictos bélicos (guerra franco-prusiana y I y II Guerra Mundial)
Volvemos a nuestro paseo matutino de aquel caluroso día, en el que estábamos perdidos por el casco histórico de la ciudad. Entre plaza y plaza, mirando la armonía arquitectónica de Burdeos, nos topamos con una de las puertas que delimitaban la muralla. La Puerta Cailhau.
Y sí, Burdeos contaba con una muralla que la bordeaba y que tenía varias puertas de acceso a la zona intramuros. La muralla desapareció y ahora quedan unas cuantas puertas en la ciudad como huellas del pasado.
La Puerta Cailhau es originaria del s.XV. Probablemente sea la puerta más popular de Burdeos, aunque la más antigua, de las seis que hay, es la Puerta de San Eloy (s.XIII) fácilmente identificable por su campana. Estas son las dos que nosotros buscamos explícitamente.
Una vez en la puerta Cailhau, y con un calor que te hacía sudar en lugares que nunca pensaste que podían sudar, nos acercamos a la Plaza de la Bolsa y el Espejo del Agua para verlo por la mañana.
La Plaza de la Bolsa es “la imagen” por excelencia de Burdeos. Plaza de la Bolsa hoy, porque a lo largo de la historia y en función de quién estuviera a los mandos fue bautizada de diferentes maneras. Algo parecido pasó con la fuente que hay en ella. Esa plaza ha visto pasar diferentes fuentes monumentales por ella. Todo empezó por una escultura ecuestre de Luis XV y entre guerras y revoluciones se pasó por diferente símbolos, hasta llegar a la fuente de las Tres Gracias actual.
Los edificios que enmarcan esta preciosa plaza actualmente son la Cámara de Comercio y el Museo Nacional de las Aduanas, originalmente Palacio de la Bolsa y el Hotel des Fermes, respectivamente.
Y frente a este conjunto arquitectónico espectacular se encuentra el mayor espejo de agua, dicen, del mundo. Casi 3.500 metros cuadrados en los que el agua es protagonista creando efectos visuales maravillosos gracias a los reflejos y atmósferas que recrea. El agua sale a ratos a chorros, otras con un efecto tipo pulverización, que parece crear una especie de humo o niebla en el ambiente, y otros ratos, simplemente, se queda encharcado el suelo formando un espejo en el que se refleja la preciosa plaza.
Y aquel día, además, metidos en un verano de los que te atacan, era un lugar perfecto en el que refrescarse para los habitantes y visitantes. La gente, tanto aquella mañana, como la tarde y noche anterior, paseaban descalzos por el suelo, niños directamente corrían de lado a lado en bañador o con la ropa totalmente calada. En el Espejo del Agua había sitio para todos. Eso sí, el agua fresca en verano no sale.
Era tan intenso el calor que decidimos que era un buen momento para acercarnos la conocida como la Cité du Vine, algo alejada del centro.
Aprovechando nuestro pase de 24 horas para uso del transporte público, que habíamos adquirido el día anterior en una máquina expendedora (4,70 euros persona) de una parada cualquiera de tranvía, decidimos que era buen momento para coger el tranvía de nuevo y acercarnos, al menos a ver el curioso edificio por fuera. Y cuando decimos “al menos” es porque así lo teníamos en mente. La entrada más económica a la Cité du Vine era de 20 euros y no teníamos muy claro hasta qué punto estábamos interesados, en nuestra corta visita a Burdeos, en dedicar un buen rato a este lugar. pero por lo que habíamos visto, lo que sí teníamos ganas era de ver el original edificio de cerca.
La zona de Burdeos es popularmente conocida por el vino. La Cité du Vine pretende rendir tributo a esta bebida, no centrándose exclusivamente el vino de Burdeos, sino en el vino desde su vertiente gustativa, histórica o cultural. Para ello, se construyó un pintoresco e impresionante edificio a orillas del río Garona con exposiciones, guías, actividades interactivas, etc., para poder adentrarse en el mundo del vino de diferentes maneras. Miles de metros cuadrados dedicados a esta bebida, que al menos a nosotros, tantas alegrías nos da.
Así que nos fuimos dando un paseito desde la Plaza de la Bolsa a la Explanada de Quinconces, donde parecía que estaba la parada del tranvía que nos llevaría a la Cité du Vin.
Así que nos fuimos dando un paseito desde la Plaza de la Bolsa a la Explanada de Quinconces, donde parecía que estaba la parada del tranvía que nos llevaría a la Cité du Vin.
Y ya que os hemos llevado hasta ella para coger el tranvía, aprovechamos el momento para hablar un poco más de esta plaza. Plaza que visitamos el día anterior, porque habíamos leído que era un lugar donde se respiraba ambientazo, donde se celebraban conciertos y donde nosotros encontramos una total soledad. Anticipamos que aquella mañana la soledad era la misma en aquel lugar.
La plaza Quinconces es la más grande de Burdeos y probablemente también de Francia. En ella se encuentra el Monumento a los Girondinos, un grupo político activo durante la Revolución francesa. La columna que allí se puede observar en la fuente simboliza con la figura superior, la libertad y democracia, y se levantó en honor a los caídos.
Allí cogimos el tranvía que nos llevó hasta la Cité du Vin, fuera del centro de la ciudad. El río Garona a su paso por el pintoresco edificio de la Cité du Vin se veía aún más marrón que en la zona de la plaza de la Bolsa, una apariencia bastante habitual en él.
Allí cogimos el tranvía que nos llevó hasta la Cité du Vin, fuera del centro de la ciudad. El río Garona a su paso por el pintoresco edificio de la Cité du Vin se veía aún más marrón que en la zona de la plaza de la Bolsa, una apariencia bastante habitual en él.
Este lugar fue inaugurado en el 2016, su edificio necesitó para su construcción 1.000 toneladas de acero y más de 900 de paneles de cristal que se tornan de diferentes colores en función de cómo incidan los rayos de sol sobre él. Nosotros, la verdad, es que la oportunidad de ver el sol golpeándolos la tuvimos, porque si algo había aquel día era sol.
Como os decíamos anteriormente hay diferentes tipos de entradas. Dentro del edificio se pueden encontrar exposiciones permanentes y temporales y, además, existe la oportunidad de visitar algunas zonas del edificio de forma gratuita, que es lo que nosotros hicimos.
La tienda de vinos es totalmente impresionante, denominaciones de todas partes del mundo. El interior del edificio, arquitectónicamente hablando, también es muy atractivo. En la planta superior hay un restaurante con vistas, al que intentamos acceder y, subir, se podía subir, pero si no ibas a consumir en su interior el acceso estaba más complicado. Cierto que tampoco lo intentamos demasiado, simplemente no nos pareció apropiado. Era temprano para comer y no había nadie, así que según subimos en el ascensor, bajamos.
Tras dedicar un rato a visitar todo lo visitable de forma libre en el Cité du Vin, teníamos un plan. Uno de los barrios conocidos de Burdeos es el Barrio Chartrons, un barrio caracterizado, teóricamente, por antiguas mansiones, bodegas, zonas de anticuarios… Sin tener un lugar de referencia concreta sobre este barrio nos dejamos llevar por su ubicación en el mapa, pero, claro, el barrio Chartrons no es especialmente pequeño.
Daba la coincidencia de que este barrio estaba “bastante cerca de la Cité du Vin”, así que, cuando recuperamos fuerzas tras su visita, nos lanzamos de nuevo al infierno del asfalto y pusimos rumbo hacia el barrio, para conocer un poco más Burdeos. Antes de contaros nuestra fatídica experiencia, si vais a Burdeos y queréis visitar esta zona os recomendamos que, como referencia, cojais el Mercado de Chartrons y no os lanceis a la deriva por sus calles, como hicimos nosotros.
Según salimos de la CIté du Vin, dejándonos llevar por Google Maps, tomamos las indicaciones que nos iba dando, los primeros metros eran por lugares donde no había una mísera sombra. Ni un triste arbolito, ni un toldo, ni un tejadillo para cobijarse. Así, emprendimos un paseo que parecía que nunca iba a acabar por la calle Cours Balguerie Stuttenberg, que no nos mostraba más que edificios no muy altos, cada uno de su padre y de su madre, ninguna bodega, ningún anticuario, ningún rastro de vida a nuestro alrededor… Fue un momento totalmente prescindible, más aún teniendo en cuenta los 38 grados que caían.
En el camino, de forma totalmente casual, llegamos a la plaza Picard donde nos sorprendió, en el centro, una réplica de la Estatua de la Libertad de dos metros y medio. No habíamos leído en ningún lugar nada al respecto, así que por la noche estuvimos investigando qué hacía aquella estatua allí. Parece ser que a finales del s.XIX los vecinos de la plaza solicitaron que les pusieran una fuente ornamental en ella. Lo que les llegó fue una réplica de la Famosa estatua realizada por el escultor de la original, Bartholdi. La que hoy se puede contemplar allí no es esa, esta data del año 2000. Durante la ocupación alemana, en los años 40 la anterior fue fundida por estos para recuperar parte de los metales que necesitaban.
A menos de 400 metros de este lugar se encontraba ya el Mercado de Chartrons y por esta zona empezamos a encontrar el encanto del barrio. Solo que entre paseo y paseo, ya era la hora de comer en un mes de agosto donde todos los comercios se encontraban cerrados.
Bordeamos el mercado, callejeamos por los alrededores y entramos en la Iglesia Louis de Chartrons que nos gustó bastante. En los alrededores se encuentra la Rue de Notre Dame, muy recomendable.
Para cuando habíamos hecho todo esto, si en nuestra piel caía un huevo, ni nos manchaba, directamente se habría frito. El cansancio y el calor se estaban apoderando definitivamente de nosotros y ni siquiera habíamos comido.
Seguimos caminando estábamos al lado de los Jardines Públicos, delimitados por unas verjas de hierro. Pero desde la distancia podíamos ver, como a las 13:30 de la tarde, salían brillos por todas partes, no era el plan más tentador. Así que como no parecía que estaba demasiado lejos, decidimos ir dando un “apacible” paseo (por si no llevábamos poco) hacia la Plaza de los Grandes Hombres.
Una plaza que quiere homenajear y recordar a los grandes hombres de la historia. Desembocan en ella las calles de Voltaire, Montesquieu, Buffon, Jean Jacques Rousseau, Michel Montaigne, Diderot, en el centro de la misma una Galería comercial arquitectónicamente muy atractiva es su protagonista. Entramos en su interior, pero apenas estamos unos minutos. Nos gusta mucho exteriormente, no tanto dentro.
Las calles de alrededor están ocupadas por edificios señoriales y comercio, una zona muy bonita, si no fuera porque creemos que estamos a punto de alcanzar un nuevo estado, la desintegración.
Decidimos que lo mejor, si no queríamos sufrir un golpe de calor era seguir el lema de “una retirada a tiempo es una victoria” y caminamos hacia la plaza de la Catedral, donde estaba la parada de tranvía más cercana que llevaba a nuestro apartamento, para dirigirnos hacia allí, comprar algo de comer y cobijarnos durante unas horas, porque el termómetro no paraba de subir y quedaba lo peor. Serían las 14:30 de la tarde.
Y eso hacemos, unas ensaladas y fruta en un supermercado que había al lado y a nuestra cueva a pie de calle con todas las máquinas de ventilación encendidas, aire, ventilador de mesa, ventilador de techo, nada era demasiado.
Y allí nos quedamos durante unas horas, intentamos estirarlas, pero la avaricia del turista ansioso de fotos y de nuevo conocimiento nos empuja a salir al infierno. A las 18:00 estamos en la Catedral de Burdeos, o Catedral de San Andrés, por fin abierta.
El acceso es gratuito y el templo es una mezcla que refleja diferentes momentos de construcción a lo largo del tiempo. Nuestra afición por las catedrales ya la hemos comentado en numerosas ocasiones y debemos de reconocer que esta no es de las que más nos han gustado, sin desmerecerla en absoluto.
Al entrar en una catedral, uno espera sentir el frescor del refugio, hemos estado en catedrales que en invierno hacía más frío dentro que en el exterior y que en verano te dan ganas de empadronarte en ellas y no salir hasta el otoño. Podemos asegurar que la de Burdeos no pertenece a ese grupo, un abanico no está de más para visitarla en verano.
Como ya llevábamos unos cuántos kilómetros sobre nuestras piernas a esas alturas del día, decidimos darle uso a la tarjeta de transporte y coger un tranvía que nos llevará a los Jardines Públicos.
Se crearon en el s.XVIII, en su interior se encuentra el Jardín Botánico y el Museo de Historia Natural y están considerados Patrimonio Nacional desde los años 30. Durante la época de Napoleón tuvieron un uso militar y, hoy en día, puedes perderte por sus caminos, por la orilla del río, cruzar por los puentes, encontrarte zonas infantiles, otras más salvajes, un restaurante. Suena maravilloso, pero aquel día en el Jardín Público hacía el mismo calor que en el resto de la ciudad al que había que sumar la humedad que daba la vegetación. ¡Pero había que conocerlos! Así que por allí estuvimos, paseando un ratillo. Parece un lugar estupendo para estar un día de primavera…
Quince minutos caminando por el camino correcto separan los jardines de la Plaza de la Bolsa, lo que pasa es que nosotros buscábamos una botella de agua, que a priori parece algo fácil, pero, por algún motivo que no logramos entender para nosotros, no lo es. Así que íbamos perdidos de calle en calle con los labios agrietados y las cuencas de los ojos hundidas en busca del elixir de la vida: H2O.
Y así fuimos descubriendo nuevas calles del centro de Burdeos, una ciudad que nos gustó mucho a pesar de la dramatización que os estamos contando de lo que es esta ciudad con una ola de calor. Sus calles tienen encanto, y a esas horas, ya cerca de las 20:0p, la gente empezaba a asomar el hocico.
Llegamos a la plaza de la Bolsa y decidimos que lo mejor que podíamos hacer era dar por finalizado el paseo, sentarnos en una terraza y cenar, aunque no tuviéramos hambre.
La Plaza del Parlamento nos esperaba de nuevo, como la noche anterior, pero esta vez en el Restaurante Eduard. Una terraza con esos ventiladores que expulsan vapor de agua. Una idea que parece fantástica nada más que te sientas, pero que tiene más poder que cualquier filtro transformador de Instagram. Tú te sientas con la melena de Pocahontas y sales de ahí con el pelo de Punset. Ya lo dicen por ahí, para presumir hay que sufrir, pero este matrimonio que aquí escribe ha sobrevivido a ir juntos a la piscina cubierta con su gorro y sus gafas, tres días a la semana, durante dos años, y aún se mantiene (el matrimonio, la piscina la abandonamos por un ataque de pereza que aún perdura). Ahora, avisados quedáis, si estáis en una relación incipiente, bajo vuestra responsabilidad queda lo del local con vaporizadores (y la piscina…).
El restaurante Eduard nos resulta un acierto (exceptuando lo anterior), hay mesa sin tener que esperar, tenemos ventilador acuático para nosotros, nos ofrecen nuestra primera cazuela de mejillones con salsa y patatas fritas del viaje, una ensalada de aguacate y melón. Dos refrescos. Platos abundantes y, lo más importante, muy buenos. 34 euros, muy razonables. Y vemos cómo, por fin, el sol se toma su tiempo de descanso y da paso a la noche.
Pocas fuerzas nos quedaban en ese momento, pero había que intentar volver para sacar una foto nocturna a la Plaza de la Bolsa. “Intentar” está bien dicho, porque en eso se quedó, en un intento. Pero paseamos, disfrutamos del ambientazo mientras arrastrábamos los pies casi sin fuerzas y nos dábamos una última vuelta por el centro hasta la parada del tranvía.
A las 23:30, llegábamos al apartamento como dos zombies para recoger todo lo posible antes de irnos a dormir, porque al día siguiente seguía nuestro camino hacia la Bretaña francesa y en mente teníamos una parada en Nantes.
Lo malo es que, cuando el cansancio se apodera de ti, no lo ves todo con claridad y ese fue uno de los motivos por los que al día siguiente ocurría algo que marcaría, en parte, el resto del viaje…
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