A
Milán llegamos el día anterior, lo aprovechamos bien, visitando el
Duomo, subiendo a su terraza, las
Gallerias Vittorio Enamuelle II, el
Cuadrilátero de la Moda, el
Navigli…
En este día, se terminaba nuestro
viaje de 15 días recorriendo el norte de Italia, pero el avión no salía hasta las 21:00 horas, eso sí, desde el aeropuerto deBérgamo. Así que disponíamos de tiempo suficiente para disfrutar un poco más de
Milán antes de volver a Madrid.
La noche anterior habíamos dejado el equipaje prácticamente cerrado, nos duchamos y subimos a desayunar. Muy agradable el lugar de desayunos del Hotel Art Navigli y variedad de productos. El hotel, además, tiene consigna para poder dejar el equipaje hasta la hora en la que te vayas y eso es lo que hacemos, dejamos las maletas y salimos a conocer nuevos lugares de la ciudad.
Nuestro primer destino es el
Castillo Sforzesco, para ello cogemos el metro. La parada estaba a un paseo de unos 15 minutos desde el hotel.
El castillo se construyó en la segunda mitad del s.XIV, con la funcionalidad de fortaleza militar, aunque se transformó en un Palacio Ducal. Este edificio pasó por manos españolas y austriacas, volviendo a tener la función militar por la que fue construído.
Lo cierto es que con los diferentes devenires de la historia el edificio ha tenido que sufrir diferentes reconstrucciones, Napoleón quiso destruirlo y acabó con algunas de sus torres. En el s.XIX se llegó a plantear derruirlo completamente, aunque finalmente esto no sucedió. La II Guerra Mundial también pasó factura a sus muros. Y la construcción del Metro, en su momento, también llevó a que desapareciera una de sus fuentes, que luego fue replicada con la construcción de la plaza que hay frente a él.
En el castillo, hoy en día se encuentran diferentes museos visitables, nosotros en aquella mañana que parecía volar, nos conformamos con verlo desde fuera y entrar en su plaza de armas y espacios exteriores que se encuentran intramuros.
Nada más entrar, la primera sensación es la de estar en un palomar y no por su aspecto, lo es por el olor. El olfato no engaña y en apenas unos minutos podemos escuchar el ruido de las palomas y observar una multitud de ellas ocultas en agujeros de los muros.
Estamos un rato por dentro, paseando de la plaza principal a la auxiliar. Luego salimos al exterior y observamos la fuente de la que hablábamos anteriormente.
El sol, un día más, aprieta con ganas y aprovechamos el agua de la fuente para refrescarnos.
Desde el castillo, ya paseando, ponemos rumbo al
barrio de Brera. Cuando uno intenta buscar información sobre esta zona de Milán,
Brera parece ser un sinónimo de bohemio. Ese es el adjetivo calificativo que siempre parece acompañar a esta zona de la ciudad.
No creáis que este barrio sucumbió en nuestra visita a esa sensación de una Milán medio cerrada y medio vacía. A pesar de ello desprendía un encanto especial, las pequeñas tiendas, la Academia de Bellas Artes, teatros, algunos palacios, terrazas, bares, restaurantes y cafeterías, adoquines en el suelo y la Pinacoteca Brera, que goza de un gran prestigio.
Callejeamos un buen rato. Milán no es una ciudad, como puedan ser otras, que te conquistan nada más pisarla, no miras a tu alrededor y encuentras una uniformidad que le den un estilo determinado. Pero al igual que la noche anterior nos sorprendimos en el Navigli, o por la tarde descubrimos el cuadrilátero de la moda, en Brera se abría una nueva cara de Milán, de toque glamouroso, que no ostentoso, y chic.
Recorrimos parte de la calle que le da nombre y las vecinas que se cruzaban o discurrían paralelas. Fue un paseo muy recomendable y perfecto para aquellas últimas bocanadas del viaje. Y pasamos por la puerta de la
Pinacoteca Brera. No había tiempo para visitarla y disfrutar de importantísimas obras que guarda en su interior. Lo que hicimos fue atravesar su puerta y contemplar el patio interior del mismo, subir a la segunda planta y escuchar de refilón algunas de las historias que contaba un guía en español sobre ese lugar.
El tiempo seguía volando y, sí otros días nos creíamos cansados, aquel día con calor axfisiante nos daba pena que el viaje se estuviera acabando y hacíamos oídos sordos a la señales que nuestras piernas y pies nos mandaban. Seguimos caminando por Milán.
Lo hacemos callejeando, sabiendo que en aquella ciudad también se podía visitar el mural de la Última Cena de Da Vinci en la Iglesia de Santa María delle Grazie. Pero tampoco podía ser ya.
Llegamos frente a la
Scala de Milán, el
Teatro de la Ópera. No es hasta ese momento cuando nos damos cuenta de que las Galería Enmanuelle II conectaban la Piazza del Duomo con este lugar. ¡Ya tenemos delito!
El primer teatro de la Ópera de Milán no estaba en ese emplazamiento, pero un incendio acabó con él. Así, tras la petición de los propietarios de palcos del antiguo, se solicitó la construcción de uno nuevo. Así, el Teatro de la Scalla nació en el lugar donde anteriormente se ubicaba la Iglesia de Santa María alla Scala, de ahí deriva su nombre, dos años después.
Con la II Guerra Mundial, fue otro de los edificios que resultó gravemente dañado y con posterioridad tuvo que ser reconstruido. Luego se ha visto envuelto en polémicas. Cuando se intentó modernizarlo, a principios de los años 2000, existía el temor de que se acabara con elementos históricos que contenía. Y ahí estaba, La Scala de Milán frente a nosotros.
Asfixiados de calor, entramos en las Galerías Vittorio Enmanuelle II, nos sentamos un rato en su suelo, apoyando nuestras plebeyas espaldas sobre la portada de una de las joyerías que allí había. Al sacar el abanico de la bolsa, unas tristes varillas rotas, agonizantes, hicieron su última función, dando aire a duras penas.
Se acercaba la hora de comer algo y poner rumbo hacia el hotel (en el Navigli) para recoger las maletas e ir en busca del autobús que nos llevaría al aeropuerto de Bérgamo.
Comimos de nuevo en el Mercato di Duomo, se estaba fresquito y no teníamos que buscar más. Unas ensaladas, fruta y café. Y desde allí, miramos a nuestro alrededor un rato, cogimos aire y cambiamos el chip. Se acababa el turismo y comenzaba la operación retorno.
El trayecto lo conocíamos, lo habíamos hecho el día anterior. La tarjeta 24 horas de transporte ya había expirado, así que en la misma estación de la Plaza del Duomo cogimos los billetes para el próximo desplazamiento. El que no escribe se los dejó en la máquina. Es matemática pura, cuando empiezas a pensar en aviones, desplazamientos y horarios, los nervios hacen presencia y pasan cosas así, al menos a él. Volvemos a sacar los billetes y sacamos un billete sencillo.
Respecto al funcionamiento del billete sencillo es importante tener en cuenta lo siguiente. El billete sencillo cuesta 1,50 euros. Este te da derecho a utilizar los diferentes transportes públicos durante 90 minutos, pero es importante tener en cuenta lo siguiente. Si nada más que lo adquieres entras en el Metro, una vez que salgas de él, aunque no hayan pasado los 90 minutos ya no te sirve. En cambio, si coges el tranvía, puedes subir y bajar tantas veces como desees hasta que pasen los 90 minutos. Es decir, es el Metro el que cancela la utilidad del billete.
Teniendo en cuenta esto y, como íbamos cargados con las maletas, decidimos que hasta el Metro, en vez de ir andando, cogeríamos un tranvía. Nada más entrar comienzan a contar los 90 minutos. El tranvía nos dejó en pocos minutos en la boca de Metro y, posteriormente ya no necesitábamos coger más medios de transporte, con lo que nos fue suficiente para hacer todo el recorrido hasta la Estación Central, lugar de dónde salían los autobuses hacia el aeropuerto de Bérgamo.
Por otro lado, hemos leído que si viajas con maletas, tienen que tener unas medidas máximas, si no te podrían impedir acceder al transporte o comprar un billete adicional. Desde luego, nosotros estando allí no lo vivimos. Ni vimos billetes especiales para maletas, ni nadie nos dijo nada del equipaje, hasta nos abrieron las puertas laterales para pasar la maleta grande. La teoría es que las maletas de cabina no tienen coste adicional, superiores a estas y hasta 90 centímetros pagarían un billete aparte, y superior a 90 estarían prohibidas. Nosotros viájabamos con dos de cabina y una grande no superior a 90 (
información sacada de aquí). Pero ya os decimos que ni conocíamos esta normativa cuando fuimos y nadie nos dijo nada. Si fuimos unos delincuentes, lo fuimos sin querer, que le conste al pueblo de Milán.
Una vez en la Estación Central, los autobuses salen, según miras a la estación de frente, en el lateral derecho. Hay diferentes compañías, todas ellas con el mismo precio más o menos, cinco euros el billete de ida. Nosotros teníamos en mente usar el de Terravisión, que ya utilizamos en otros viajes anteriores, como el de Roma. Salía cada 30 minutos y, cuando por fin entramos en el interior, nos estábamos convirtiendo en agua…
Calor, mucho calor, hasta que arrancó. No pillamos atasco y, antes de los 60 minutos que decían tardar en su web, llegamos al aeropuerto de Bérgamo.
El trasiego era infinito, fuimos medio reptando a facturar nuestra maleta, cruzando los dedos porque no pesara más de lo permitido. Hubo suerte y nos sentamos a tomar algo.
En el avión, de nuevo, nos tocaron asientos separados, así empezamos este viaje, el círculo se cerraba. Quince entradas atrás, os contaba como el que no escribe se frotaba las manos pensando en la cabezadita que se iba a echar gracias a que no me tenía a mí al lado dándole conversación. Pero aquel día, hasta él quería ir despierto y para eso yo soy la mejor arma. Por suerte, aquel día, a las 21:00 horas que despegábamos, nuestros asientos estaban en dos filas diferentes pero con girar la cabeza nos veíamos, y una amable chica se prestó a cambiarnos el asiento sin que ni siquiera lo pidiéramos. ¡Gracias!
Aterrizamos en Madrid, nuestras maletas salieron pronto y el calor ni siquiera parecía axfisiante, al lado de lo que veníamos soportando. Estábamos cansados pero nuestras caras no lo reflejaban, los viejovenes a los que cedieron el asiento en el autobús en Venecia volvían, uno negro, la otra colorada, uno sin ojeras, la otra con pecas, sonrientes y encantados.
Durante mucho tiempo dudamos de Italia, no del país, ni de su gente, dudamos de que fuera un destino apto para nosotros en verano. Dudamos de si sobreviviríamos al turismo con calor, pero Italia quiso demostrarnos que aún con la ola de calor Lucifer podía enamorarnos.
Al volver de allí, solamente podemos hablar de lo bonito que es, de sus ciudades románticas con sabor antiguo, que no viejo, con el encanto de sentirte en el presente mientras paseas por calles que saben a pasado. De sus montañas rosadas y los lagos multicolores, las carreteras de mil curvas y sus intrépidos conductores. De los sabores de sus helados, porque sí, ellos sí que saben hacer helados…
De la arquitectura veneciana y los canales románticos. Enamorados de aquellos ñoquis con tartufo, embelesados de La Arena de Verona mientras sonaba la Novena Sinfonía, muertos de la risa de la granizada, lluvia y niebla que nos sorprendió en la Ruta de las Tres Cimes y nos convirtió en auténticas esponjas. Hermanados con los italianos, que siempre hacen por entenderte, aunque cuando te aparten cuando interrumpes su camino con un empujoncito. Porque son colaboradores, amables, alegres y no hablan tan alto como se dice…
Embaucados por el ambiente veraniego elegante e informal que se disfruta en lugares como el Lago di Garda o el Lago Como, con sus pueblos de cuento, donde podrías pasar las más soñadas vacaciones “a la bartola”. Aliviados gracias su multitud de fuentes con agua fresca corriente, aunque la temperatura ambiente supere los 35 grados. Y enganchados al canturreo de su acento con el que volvimos aquel día a casa en la cabeza.
Viajamos 15 días al norte de Italia y ha sido uno de esos veranos inolvidables donde, no solo conocimos lugares preciosos, sino que nos divertimos, reímos, nos cansamos y descansamos a partes iguales. Es difícil de explicar, o igual, tú que nos estás leyendo y probablemente disfrutes tanto viajando como nosotros, nos puedas entender. Puedes estar derrotado físicamente, pero probablemente ese sea el momento en el que más descansado te sientas. Recomendaríamos, tras nuestra experiencia, una y mil veces este destino y sí, en verano nos parece un buen plan.
Italia nos sigue esperando, tenemos planes, muchos planes y algunos de ellos están en este maravilloso país… ¿Cuándo?...