Atrás quedaban los días por los lagos más turísticos y veraniegos de Italia. Recorrer los días pasados el Lago di Como o conocer los pueblos del Lago di Garda había sido como meterte en un verano de película. Aquella mañana, en cambio, amanecíamos en Trento con intención de cambiar el ambiente totalmente. Llegaba el momento de ponerse la mochila, dejar los pueblecitos de terrazas y los barquitos, para pasear y conocer paisajes de la naturaleza italiana, y ver los Alpes italianos, llegar a las Dolomitas, consideradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Al despertarnos en el hotel de Trento, ciudad que el día anterior habíamos podido pasear, escuchamos mucho ruido. Nuestra habitación sale directamente a la sala donde se sirven los desayunos.
Como buenos turistas, nos empeñamos en que preferimos desayunar al aire libre. Hay unas mesas en un jardín para hacerlo. La emoción nos ciega y en dos minutos tenemos los pantalones calados porque, durante la noche, debió llover o había caído rocío. ¡Qué grata sensación de buena mañana! De vuelta al interior.
Nos metemos el desayuno de los campeones. Definitivamente, el hotel ha merecido la pena, el zumo es un poco sospechoso, pero tenemos gran variedad para salir con la energía suficiente para afrontar la mañana. Además, ponen a tu disposición botellas de agua mineral gratuita, un detalle que se agradece.
Era lunes, nos habíamos planteado la opción de, antes de irnos, volver a bajar a Trento y visitar el interior de su catedral. Pero al final nos levantamos a las 8:30, había bastantes cosillas que queríamos hacer y decidimos salir directamente hacia el Lago di Tovel.
El Lago di Tovel se encuentra en la región de Trentino-Alto Adigio, en el Parque Natural Adamello-Brenta. Este lago tiene una particularidad muy especial, de ella deriva que también se conozca como el Lago di Rosso. Hasta mediados de los años 60, al llegar el verano durante una temporada se teñía de rojo. El motivo por el que esto ocurría estaba relacionado con la aparición de un alga llamada Tovellia Sanguínea, que aparecía al juntarse determinadas condiciones. La última vez que se vió así fue en 1964, parece que no se han vuelto a repetir las condiciones necesarias para que esto ocurriera. Lo que nosotros no sabíamos es que íbamos a encontrar otro color que nos iba a fascinar…
Por supuesto, el color rojo de las aguas que se repitió cada verano durante un tiempo inspiró una leyenda, según la cual, la hija del último rey de Ragoli andaba buscando marido. Se iban presentando nobles, caballeros y herederos de otras regiones, pero ninguno parecía ser de su agrado. Entre todos, se presentó el Rey de Tenno, quién también fue rechazado, pero él resultó ser bastante insistente y ella bastante rotunda. No estaba interesada. Eso causó tal desesperación en el rey que mandó a su ejército al pueblo de la princesa con intención de obligarla al matrimonio. Pero el pueblo salió en defensa de la princesa, en la batalla fueron muchos los que murieron y sus cuerpos acabaron en el interior del lago, incluída la princesa, de ahí el color de sus aguas. Leyendas…
Para llegar al lago, al menos en temporada alta, hay que estacionar en un aparcamiento. Se pagan 10 euros por vehículo y desde ahí salen autobuses cada veinte minutos que te llevan hasta el lago. En el primer autobús no entramos y nos toca esperar 20 minutos al segundo.
Cuando llegamos al lago decidimos que vamos a bordearlo entero. No teníamos muchas referencias de lo que íbamos a encontrar y nos esperábamos un lago de montaña, como algunos que hemos podido encontrar en Austria o Alemania.
El camino para bordear el lago está perfectamente señalizado y es muy accesible. El primer tramo nos sorprende con paisajes bonitos y tradicionales, pero según el sol se va poniendo más alto e incide por algunas zonas del agua, el color de la misma cambia.
Las imágenes que ponemos no tienen ningún filtro en relación con el agua. El Lago di Tovel ya no se pondrá rojo, pero tiene un azul turquesa que parece propio de una playa caribeña.
Las imágenes que ponemos no tienen ningún filtro en relación con el agua. El Lago di Tovel ya no se pondrá rojo, pero tiene un azul turquesa que parece propio de una playa caribeña.
Nos quedamos maravillados, sí, maravillados, suena un poco pedante dicho así, pero es impactante al paisaje. Hay alguno que se anima a darse un baño, pero son los menos.
Hace un buen día, ni mucho calor, ni frío. Disfrutamos durante las dos horas que nos lleva rodearlo entero, incluídas las infinitas fotos que nos llevamos de recuerdo.
Hace un buen día, ni mucho calor, ni frío. Disfrutamos durante las dos horas que nos lleva rodearlo entero, incluídas las infinitas fotos que nos llevamos de recuerdo.
Cuando acabamos nuestra vuelta al lago, casi era la hora de comer, así que lo hacemos allí mismo, en el Chalet del Lago. Estaba a rebosar cuando llegamos, con suerte, conseguimos una mesa pero no en la parte del restaurante, sino en la terraza, en la parte más informal, donde lo único que nos ofrecen son sandwiches, paninis y algunas tablas de queso. Nos conformamos. Elegimos una “Tagliere” que es una tabla de embutido con algo de queso, resulta un poco “fiasco”, el panini sabe a pepinillo dulce y ya. Nos lo tomamos como un momento de supervivencia y, directamente, nos centramos en nuestros dos cafés. En total 14 euros, si es que tampoco se puede pedir mucho más…
Tenemos la intención de dirigirnos a Sankt Magdalena, uno de los paisajes típicos que simbolizan las Dolomitas. Desde el lago hasta allí son 5,5 euros en peajes y unas dos horas. Pero decidimos, hacer una parada intermedia en Chiusa.
Chiusa es un pueblo muy pequeñito con un enclave bonito que, una vez que lo pisas, te das cuenta de que algo ha pasado, porque la Italia de casas de color pastel y contraventanas se ha quedado atrás. En Chiusa parece que hemos viajado en el tiempo y nos hemos ubicado en alguno de los pueblecitos austriacos que conocimos dos años atrás.
De golpe, los carteles están en alemán e italiano y las fachadas están decoradas como algunos pueblos bávaros. Es un poco chocante, y nosotros, teníamos ganas de montaña, pero no tanto de pueblos como los que ya conocíamos.
En Chiusa aparcamos en un lugar que pone que se puede estacionar durante 90 minutos de forma gratuita, está justamente enfrente del puente que cruza el río y te adentra en el casco. No hay parquímetro y no tenemos ni idea de cómo se controla ese estacionamiento. Pero confiamos en el cartel y nos vamos a dar un paseo por sus calles. Días después caímos en que teníamos un reloj de papel que nos dieron con el coche de alquiler y nunca habíamos sabido para qué sirve. Ahora pensamos que es para indicar la hora de llegada y, así, pueden controlar el tiempo que lleva el coche estacionado. Pero es solo una suposición, ahí lo dejamos. Si alguien puede darnos luz…
De golpe el calor ha vuelto, no es la sensación de días atrás, pero sí la de un verano que vuelve a atacar.
De Chiusa se dice que durante el s.XIX fue inspiración para muchos artistas. Desde el puente que cruza el río Isarco, mirando a lo alto de la montaña, podréis ver su castillo y monasterio de Sabbione, que tuvo un papel trascendental en la zona durante muchos años, siendo la sede episcopal hasta que se trasladó a Bressanone. Hoy se encuentra activo gracias a una orden de monjas benedictinas que se encargó hace unos siglos de su restauración.
Nosotros paseamos un rato por sus calles de fachadas de colores que nos resultaban tan familiares. Y al cabo de un rato ponemos rumbo al famoso paisaje de la iglesia con las Dolomitas detrás.
Y a partir de este momento, entramos en un mundo de pequeños sobresaltos que convierten la experiencia en un cúmulo de momentos tensos y graciosos a partes iguales. Para encontrar la imagen anhelada llevábamos unas coordenadas.
Las introdujimos en el GPS y nos fuimos para allá. Nos encontramos la primera carretera cortada (en los próximos días habría más por desprendimientos que las lluvias habían dejado por las tormentas de verano). Por suerte vemos un cartel que indica un nombre que a mí me sonaba que estaba cerca (recuerdos de haber estado preparando el viaje) y conseguimos redireccionar nuestro itinerario.
El camino va por carreteras relativamentes normales hasta llegar al pueblo. Poco antes de llegar, se nos enciende la reserva del coche, pasamos por una gasolinera a 3 kilómetros del pueblo al que vamos, pero decidimos continuar hasta el punto de la famosa imagen, no queda nada... La carretera se convierte en un camino que se abre sobre una alfombra verde de pradera tupida y rabiosa de color...
No tiene mucho sentido el camino que vamos tomando, de hecho, en un punto nos lleva a un lugar sin salida y, en ese momento, el coche vuelve a pitar, nos avisa de que ya no hay nada de gasolina en el depósito, con autonomía para 2 kilómetros. ¡Se había encendido la reserva apenas unos kilómetros atrás!
Taquicardias, eso no tiene sentido. Para colmo, tenemos el coche en medio de un prado enorme, con las Dolomitas al lado, sí, muy bucólico, pero se supone que ¿sin gasolina? ¿Quién nos la iba a traer, un tractor?
Decidimos apostar por volver a la gasolinera, así que deshacemos todos nuestros pasos, es cuesta abajo, casi en punto muerto, serpenteando por la pradera en busca de la gasolinera que está a pocos kilómetros. Una vez que llegamos a ella, de golpe el coche dice que tenemos para hacer 50 km. ¡Esto es una broma!...
Llenamos el depósito y, de nuevo, nos adentramos en el campo. Y así es como nos gusta a nosotros aprovechar el tiempo de los días de verano, yendo y viniendo… En este segundo intento, vemos que hay unas indicaciones, así que nos da más confianza que el GPS, las seguimos y llegamos a una granja donde podemos estacionar. Dejamos coordenadas: 46º38'51.05''N, 11º42'57.19''E.
Ahí está. El Valle de Funes, la iglesia, las Dolomitas y la luz de la tarde. Sinceramente, pensé que nos iba a decepcionar. Es una imagen tan vista que piensas que al estar allí creerás que ya habías estado antes.
Pero no es así, justo lo contrario. Aquel día, que además hacía un sol precioso de tarde, nos impresionó aquel paisaje tan perfecto, tan inmenso y tan tranquilo… A veces es difícil ser consciente de que en ese instante uno es el protagonista del viaje.
Allí hay un banco, un banco codiciado donde todos quieren sentarse. En este caso éramos tres solo, incluídos nosotros. Pero un solitario japonés debía haberse empadronado en él (normal) y, a pesar de tener mucha paciencia y constancia, hay que reconocer que nos ganó la batalla. Cuando llegamos allí estaba y cuando nos fuimos también. Y no estuvimos poco rato…
No nos importó demasiado, desde atrás, desde un lado, subiendo un poco más arriba, bajando un poco más. Es una maravilla de vista, pero ese paisaje solo era el comienzo de muchos que nos quedaban por disfrutar.
A las 19:00 de la tarde ponemos rumbo hacia Andriano, 2,5 euros de peaje y, aunque llamamos para informar de que llegaríamos un poco tarde (para las horas que allí se estilan), nadie nos coge el teléfono. Andriano es un pequeño pueblo muy próximo a Bolzano. Nuestra intención era haber buscado alojamiento en Bolzano, pero cuando lo hicimos los que nos gustaban estaban ocupados. Así que, encontramos la Pensión Zender aquí.
La Pensión Zender tiene aparcamiento privado. Por fuera recuerda mucho a algunos alojamientos de Austria y, por dentro, a un colegio femenino de monjas. Cuando entramos y, en el silloncito de la entrada encontramos tres muñecas de otros siglos ahí sentadas, me da un vuelco el corazón.
Una mujer, con algunos años ya, nos recibe, no habla inglés, no habla italiano, por supuesto, no habla español. Lo hace en alemán, solo alemán. Perfecto, por una vez, el problema de comunicación no éramos solo nosotros. En este caso, no hay que hacer ni esfuerzos porque no hay posibilidad de entendimiento, y la mujer tiene cara de buena persona, pero no de especialmente simpática. No luchamos. Nos da las llaves y emprendemos la subida por las escaleras y el largo pasillo.
La habitación no está mal, es normal y lo que nos gusta bastante es que tiene una pequeña terracita con una mesa y un par de sillas perfectas para después de cenar, porque si algo se puede decir de Andriano es que fuera de sus locales mucha vida no tiene.
Hacemos labor de investigación y no tenemos más que dos lugares cercanos donde cenar y otro más pegado a la carretera. Nuestro hotel no da cenas. Lo hacemos en el Hotel Stamserhof, es una pizzeria, donde puedes tomar pizzas y el plato que tengan del día. Lo que más nos gusta es la terraza, es muy agradable, nos hubiera gustado que las pizzas también lo hubieran sido, pero en eso ya no hubo suerte. Pizzas bastantes mediocres, pedimos una para cada uno, una botella de agua grande y una copa de vino y ellos nos devuelven una cuenta de 25 euros que nos hace pensar que es normal que las pizzas tampoco estuvieran muy allá.
A pesar de que gastronómicamente hablando no tocamos la tecla, la cena la disfrutamos, había una mesa de un grupo numeroso, cuyo anfitrión acabó cantando para todos el Lili Marlene en alto, lo cual nos dejó bastante alucinados.
La noche, allí sentados, era muy grata y, en apenas cinco minutos caminando, estábamos en nuestra habitación, en la terraza, a oscuras, porque a las 22:30 no se oía ni una mosca en Andriano. En aquella terraza a oscuras “el que no escribe” dejaba apuntadas algunas notas, que han servido para escribir esta entrada, mientras yo miraba el planning del día siguiente. Un día que se nos quedó ahí, en medio desde el principio, sin saber muy bien cómo organizar y eso pasó factura…
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