El día anterior habíamos estado recorriendo algunos de los pueblos y ciudades de la zona bajo un sol abrasador, pero al irnos a dormir una tormenta nos hizo tener fe en que al día siguiente las cosas podían mejorar. También nos hizo tener buenas expectativas no cenar la pizza del día anterior y, quizá, con eso, conseguir pasar una buena noche. Pero al despertarnos a las 8 de la mañana “el que no escribe” arruga el morro, hace movimientos raros y dice que su espalda tiene más nudos que un cuadro marinero. Ese es el nivel de nuestro estado físico.
Desayunamos, nuestro objetivo es ir al Passo di Pordoi y hacer una rutita. Cogemos el equipaje, porque aquel día dormiríamos en Cortina d'Ampezzo, y ponemos rumbo hacia nuestro destino pasadas las 9 de la mañana. Nos adentramos en las Dolomitas.
Hasta el Passo di Pordoi (los pasos allí son los puertos de montaña) había poco más de hora y media. Decidimos hacer una parada en Ortisei, de nuevo, para hacernos con una ensalada, de esas ricas que nos gusta comer a 35 grados centígrados… nosotros sí que sabemos disfrutar de las cosas buenas de la vida. Como vamos a la montaña y no sabemos qué va a pasar, decidimos que llevar algo para comer en un paisaje de ensueño no era mala idea. Cuando llegamos a Ortisei, aparcar estaba muy complicado, así que el que no escribe me espera en el coche y yo me acerco al supermercado a por víveres.
La ensalada se compra en la charcutería. Ya, a mí también me parece raro, pero en Ortisei es así. En la charcutería hay mucha gente y compran mucho de todo, ves pasar tu vida entre cortes de embutidos y queso.
Cuando llegué al mostrador, busqué un lugar donde coger algún número que indicara mi turno, pero no había. ¿Cómo se pide la vez en alemán? ¡Y qué más da! Si solo sé decir hola, gracias y de nada en alemán… Como tengo un inglés casi nativo (ya me gustaría) me sale natural la pregunta y, con mi mejor sonrisa, digo en alto “the last?”. Tal cual está mi lengua tocando paladar, con la “t” bien marcada del final de la gloriosa frase, me corre un escalofrío por todo el cuerpo y veo como se giran cuatro caras y me miran de arriba abajo cuestionando, claramente, la especie animal a la que pertenezco. Pero el ser humano es bueno (a veces) y una señora con sonrisita levanta la mano. Vale, nos hemos entendido. Esta escena no supera la situación del “no fun” de Nueva York, pero se queda muy cerca…
Con el alimento en nuestras manos volvemos a la carretera camino del Passo di Pordoi. Nadie dijo que fuera a ser fácil llegar hasta allí. En una rotonda, una especie de guarda forestal nos indica que no podemos continuar, la carretera está cortada.
Necesitamos más información, básicamente ¡cómo llegar!. El hombre está encantado de practicar su español con nosotros. Se implica, se implica mucho y da muchísimas explicaciones. Nos dice que llegar hasta allí nos va a llevar mucho tiempo porque tenemos que bordear montañas.
Hemos dicho que queremos ir al Passo di Pordoi y vamos a ir, aunque sea lo único que hagamos en el día. El destino a veces es generoso y para llegar allí pasamos por el Passo di Gardena.
La carretera es una maravilla, de carácter panorámico, va serpenteando por un paisaje de ensueño. Seis mil ciclistas que encontramos en el trayecto no pueden estar equivocados. La pendiente de la carretera aumenta por momentos y nuestro gordito Fiat 500 sufre, y no precisamente en silencio. Aquí se celebra el Campeonato del Mundo de esquí alpino. Nos quedamos totalmente embelesados. En la parte más alta, por encima de los 2.000 metros de altura, tenemos la necesidad de parar y poder contemplarlo todo.
Lo hacemos dos veces, una en la parte más alta y otra vez un poco más adelante, donde vemos una opción para hacerlo. Merece muchísimo la pena.
Al final, llegamos al Passo di Pordoi a las 12:30. Una hora y media después de lo estimado por el GPS cuando iniciamos el camino. Hay un aparcamiento gratuito al borde de la carretera y la ruta que queremos hacer empieza cruzándola.
Como referencia, hay que ir hacia la ermita que se ve desde el aparcamiento. El camino no es largo, pero la subidita inicial hace que sienta los higadillos al lado del croissant con el que inicié la mañana. Y así, en ascenso, vamos disfrutando del paisaje que nos rodea.
Este puerto, situado en las Dolomitas, está a poco más de 2.300 metros de altura. Conecta Araba, que fue por el lado por el que llegamos, con Canizei. Probablemente a muchos os suene este puerto de montaña porque se ha hecho muy popular por ser uno de los protagonistas del Giro de Italia.
El motivo por el que elegimos hacer una pequeña ruta desde este puerto es porque ofrece vistas sobre la Marmolada, la montaña más alta de las Dolomitas, que además tiene un glaciar. Esta ruta puede terminarse en el Lago Fedaia, en nuestro caso llegamos hasta la parte del mirador, comimos y luego volvimos. Si alguno está interesado en continuar, os recomendamos esta entrada de La Mochila de Mamá , que a nosotros nos fue muy inspiradora.
Como os decíamos la ruta empieza con una pendiente de las que me gustan, cuando esta acaba podéis encontrar una bifurcación. Hay que seguir las indicaciones hacia el Albergue de Fedarola, que está a unos 10 minutos de allí. Esa parte del camino ya no tiene pendiente.
Al poco de pasar el Refugio se puede observar el glaciar de la Marmolada. Vale, se puede observar con dificultad, el verano aprieta y no tiene demasiado hielo, pero sí que el azul que se vislumbra es un “azul glaciar”. Las nubes están juguetonas y nos tapan a ratos la montaña y a ratos la despejan. Soplaba un aire de impresión y con el instinto aventurero que nos caracteriza, un poco más adelante del refugio, decidimos que es un buen lugar para comer.
Un lugar perfecto donde nada para el viento y apenas se pueden abrir los ojos. Se dan todos los elementos para hacer poesía, la pradera verde, las Dolomitas y un aire puro y fresco que no nos deja ver nada de lo que nos rodea porque nos golpea sin compasión y nos hacer arrugar los párpados como si no hubiera un mañana. La ensalada, a ratos, parece querer echar a volar y, lo más increíble es que en ese momento, a pesar de todo, nos parecía la mejor ensalada en el mejor lugar del mundo donde estar. No creáis que decidimos cambiar de ubicación, no. Nos quedamos ahí, intentando mimetizarnos con la naturaleza, haciendo un picnic muy “romántico”.
Hasta ese punto, tardamos en llegar una hora más o menos, con paradas de “operación descansillo”, fotografías y demás.
Después de comer, hacer nuestras fotos y quedarnos impresionados con la de lugares impresionantes que hay en el mundo, emprendemos la bajada, en la que solo empleamos 35 minutos. Se nota qué es lo que nos pesa ¿no?. No hay más preguntas su Señoría.
Decidimos ir hacia la Marmolada para coger el teleférico y subir a lo alto. Así que cogemos el coche y vamos hacia allá. Está, según el GPS, a unos 35 minutos del Passo di Pordoi, en Malga Ciapela. Pero algo ocurre, aún no sabemos qué, cuando llegamos allí en vez de 35 minutos ha pasado una hora, son las 16:05 y el teleférico cierra a las 16.00. ¿Pero qué invento es este?
Si os decimos la verdad, en este caso, la decepción no fue demasiado grande. Mientras bajábamos el Passo di Pordoi teníamos dudas de si debíamos subir, o no, al glaciar y el motivo no era otro que las nubes estaban bastantes bajas y el precio del teleférico es de 30 euros persona, que no es poco, más si solo subes para obtener unas vistas. Otra cosa es que desde allí emprendas una ruta y aproveches el día. Así que, no sabemos si por consolación, nos autoconvencemos de que tampoco pasaba nada y cambiamos el chip rápidamente. Tenemos otro destino al que ir, Alleghe.
Alleghe es un pueblo con una estampa de cuento. Nos recuerda, en cierta medida, a Hallstatt. Diríamos que es el pueblo más pintoresco que hemos visitado en el viaje. El enclave en el que está ubicado es de ensueño, rodeado de montañas, descansa a las orillas del Lago de Allegue. Pertenece a la región del Veneto.
Además, la historia del lago de Alleghe es bastante inquietante. Este lago tiene su origen en el s.XVIII y nació como consecuencia de un desplazamiento de tierra del Monte Piz que provocó la obstrucción del río Córvole. Así se formó este lago, que inicialmente cubría bastante más superficie. Hay una leyenda, como no, que dice que llegó el agua como una gran ola y cubrió el campanario de la iglesia y que, a veces, si el agua está especialmente cristalina, se puede ver bajo las aguas. En Alleghe, hasta los años 70, en invierno, el equipo de Hockey utilizaba el lago helado como su estadio particular, hasta que tuvieron su propia pista de hielo.
A nuestra llegada, estacionamos en un aparcamiento, de pago hasta las 18:00, cercano a un edificio de congresos, y comenzamos el paseo. Es un placer bordear el perímetro del lago, que tiene pequeños entrantes llenos de flores y bancos para sentarse. El que no escribe solo saca 70 fotos en este bonito rincón. ¡Está muy loco, ya se lo digo yo habitualmente!
En el agua había algunas barcas de recreo y por sus calles casas que crecen en calles con pendiente que se amontonan en la ladera de la montaña.
Al lado del lago había un hotel y restaurante. Decidimos sentarnos en su terraza, con vistas al lago, a tomarnos algo. Y pasamos un buen rato en ese lugar tan idílico.
Un pueblo que a pesar de su belleza no encontramos nada masificado y, por el contrario, parece disfrutar de una calma que cualquiera soñaría para un lugar así.
Hacia las 18:30, ponemos rumbo hacia Cortina d'Ampezzo, lugar en el que nos alojaríamos las siguientes noches. Para llegar allí el GPS nos lleva por el Passo de Giau.
Lo del Passo de Giau es muy fuerte. Y probablemente si viajáis a las Dolomitas paséis tarde o temprano por él porque, además, salen numerosas rutas de senderismo desde su parte más alta.
El Passo de Giau une la Selva di Cadore con Cortina de Ampezzo y supera los 2.300 metros de altura. Es impresionante. Las vistas son maravillosas, el paisaje increíble y sus curvas y revueltas impactantes. Durante el trayecto fuimos casi solos, la pendiente ronda el 8-9% más o menos. Según vamos subiendo las revueltas están numeradas, contamos hasta el 29. Eso cuenta como deporte, vale que hasta que no llegamos arriba no nos bajamos, pero con la suspensión del coche ¿sabéis cómo acabaron nuestros abdominales laterales?...
Como decíamos, en la parte más alta aparcamos, no hay nada más que otro coche, no queda demasiada luz y hace bastante fresco. Las vistas son preciosas. Si hubiéramos llegado allí antes habríamos hecho muchas más paradas, pero se nos van las posibilidades y proseguimos el camino.
Ansiedad. Empezó en el Passo di Gardena, pero ahora ya es totalmente evidente. En los ojos del que no escribe veo la ansiedad que le produce estar en medio de estos paisajes, querer conocerlos más, patearlos más… y no tener suficiente tiempo. Le conozco y se pone como un niño, como si su forma física no fuera casi tan lamentable como la mía...
Nuestra intención era seguir contando revueltas, pero ya no aparecen los carteles y perdemos la cuenta. Debieron acabar con el stock de señalización con tanta curva.
A las 19:35, llegamos a nuestro nuevo hotel en Cortina d'Ampezzo, el Hotel Columbia. Probablemente, junto con el hotel de Milán, el mejor de todo el viaje. Tiene aparcamiento privado y es de tipo alpino. Está a las afueras del pueblo, pero se llega al centro en un paseo de unos 5 minutos, aunque su acceso peatonal no es el más cómodo del mundo.
Cuando vamos a hacer el check-in nos toca esperar un rato, hay una señora que quiere comprar una botella de vino y hay un momento en el que pensamos si el recepcionista se ha ido al viñedo directamente a seguir el proceso de la recolección, pisada de la uva y tiempo en barricas. Cuando por fin nos toca, el hombre, que por cierto es muy amable, no tiene más que buenas noticias para nosotros: la carretera al lago Misurina está cortada (creemos que por desprendimientos) tendremos que dar un rodeo. Y también lo está la carretera que lleva al lago di Braies, intentar llegar a él, en los próximos días, nos supondría unas dos horas y medias más. ¡Creo que me va a dar un mal, soñaba con el Lago di Braies! Íbamos a tener que replanificar nuestro itinerario.
La habitación que nos asignan sigue el mismo estilo que la fachada del hotel, tipo montaña, madera, bastante amplia y con terraza.
Una vez acomodados en la habitación iniciamos el paseo hacia el centro. No hay demasiada gente por la calle y amenaza tormenta.
Damos una vuelta rápida y elegimos el Restaurante Pontejel. Tiene 3 mesas en la entrada, con un tejadito y unas macetas. Hace fresco, pero nos apetece cenar en el exterior. Elegimos dos platos de pasta, el que no escribe acierta con una pasta que lleva higos y está buenísima. De postre nos pedimos un Strudel, que no está a la altura del de el viaje al Top of Tyrol, pero no está mal. Muy buen servicio y 45 euros la cuenta, con copa de vino Chardonnay, botella grande de agua y dos expressos.
Una vez acomodados en la habitación iniciamos el paseo hacia el centro. No hay demasiada gente por la calle y amenaza tormenta.
Damos una vuelta rápida y elegimos el Restaurante Pontejel. Tiene 3 mesas en la entrada, con un tejadito y unas macetas. Hace fresco, pero nos apetece cenar en el exterior. Elegimos dos platos de pasta, el que no escribe acierta con una pasta que lleva higos y está buenísima. De postre nos pedimos un Strudel, que no está a la altura del de el viaje al Top of Tyrol, pero no está mal. Muy buen servicio y 45 euros la cuenta, con copa de vino Chardonnay, botella grande de agua y dos expressos.
Mientras cenamos, vuelven los relámpagos y llueve, nosotros estamos bajo un toldo. Sí, estamos encantados, nos gustan estas cosas… Ya lo dice mi madre ¡siempre hay un tato para una tata!
Nos damos un paseito por el centro de Cortina d'Ampezzo y volvemos hacia el hotel. La cuestecita de vuelta no era necesaria, la verdad.
Al día siguiente, teníamos planeado realizar una de las rutas más populares de las Dolomitas, lo que no imaginábamos es lo real que iba a ser eso de que en la montaña el tiempo es impredecible. Las Tres Cimes nos esperaban…
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