Teníamos tantas ganas de este día... Antes de ir a Italia, nos habíamos informado sobre el Lago di Garda, el lago más grande de Italia, y habíamos hecho un listado de los pueblos en los que sí o sí querríamos parar. Nuestro listado inicial era el siguiente: Desenzano di Garda, Peschiera di Garda, Sirmione, Punta San Vigilio, Malcesine, Torbole, Riva di Garda y Limone sul di Garda.
Para llegar a esa lista tuvimos que descartar unos cuantos. El día anterior ya visitamos Desenzano di Garda y Peschiera di Garda, lugar en el que dormimos y donde, aquella mañana del día 4 de nuestras estancia de 15 días en el norte de Italia en agosto, estábamos.
A las 8:30, nos ponemos en pie, una ducha y casi que pasamos de mirar el pronóstico de tiempo, si hay que sufrir, pues para qué verlo con antelación. En este nuevo B&B se desayuna en la cocina. No hay mucho que elegir en el bufet, pero, en cambio, sí que hacen muchísimas tartas y sandwiches. El desayuno de los campeones viene a nosotros, con su zumo, capuccinos y varios dulces caseros. Aprovechamos para pagar el alojamiento y salimos a conocer mundo un día más.
Nuestra primera parada del día es Sirmione. Lo elegimos como primer punto, principalmente, porque habíamos leído que es uno de los pueblos más visitados. Por lo visto, gozaba de una belleza especial y se masificaba muy pronto, así que pensamos que lo mejor sería hacerlo a primera hora del día.
Sirmione pertenece a la provincia de Brescia y, efectivamente, es totalmente pintoresco. Su ubicación, por sí misma, lo hace especial. Está en un saliente de tierra que da al Lago di Garda y la entrada al casco se hace a través de la puerta, atravesando unas murallas.
Para aparcar en Sirmione os aconsejamos que os acerquéis todo lo que podáis a la entrada peatonal, sin miedo. Hay un montón de aparcamiento. Tanto los que están pegados a la entrada como los que están un poco más alejados tienen el mismo precio. Por lo cual, cuanto antes lleguéis, más cerca aparcaréis al mismo precio. El importe en el verano de 2017 era de 1,60 euros hora. La desventaja que tienen es que son aparcamientos de parquímetro, con lo que tienes que hacer el pago por adelantado estimando el tiempo que vas a dedicar a la visita. Nosotros estuvimos dos horas y media.
A pesar de no ir demasiado tarde, nos tocó aparcar en uno de los aparcamientos que no eran de los más cercanos. Caminando hacia la entrada del pueblo, ya teníamos muchísimo calor, de este pegajoso, qué raro. De hecho, en la puerta de acceso a la zona peatonal, habían montado un puesto con mil frutas cortadas, regadas por agua y, solo quedarte mirando esa imagen, aunque no tuvieras hambre, era refrescante.
Nada más entras, lo primero que puedes visitar es lo que queda del castillo. Entrada gratuita. Si subes a la parte más alta, podrás gozar de algunas vistas sobre la ciudad.
El casco tiene mucho encanto, un aire diferente a Desenzano o Peschiera, más medieval, sus pequeños comercios, las fachadas de las viviendas, pero muchísima gente y con un estilo muy turístico de “souvenir”. Vemos sus iglesias, el tráfico no está cortado del todo. Era un sábado, agosto, calor, hay que reconocer que las circunstancias no ayudaban y tampoco que habíamos leído que era un pueblo espectacular,quizá nos estaba decepcionando ligeramente.
Seguimos atravesando Sirmione hasta llegar a la punta. Al hacerlo se bifurca el camino, nosotros tomamos el que gira hacia la derecha.
Sirmione es conocido por sus aguas ricas en azufre, por ello existen dos balnearios de aguas termales. Al final de nuestro camino nos encontramos una enorme playa de rocas que mira al lago y, sobre ella, una dársena de tablones de madera, que es otra de las imágenes típicas del lugar. Estamos un buen rato ahí, de hecho, intentamos hacernos una foto juntos apoyando la cámara en un lugar que encontramos, pero, por más que disparamos, todas son un desastre en las que se ve más a todos los espontáneos que se nos cuelan que a nosotros, nos hace reír.
Caminamos por ese paisaje tan extraño. Hay algún momento que, salvando bastante las distancias, nos recuerda a The Burren (Irlanda). El bochorno es muy intenso por momentos. Desde allí divisamos el lago y, de golpe, parece que alguien nos estuviera soplando en la nuca. Es muy raro. Dejamos de sentir el calor. ¿Cómo es posible dejar de sentir calor de forma instantánea? Empieza a soplar el viento y asoman las nubes. Al otro lado del lago, donde más o menos está Desenzano, se ven muy oscuras. Parece que les está cayendo una tormenta.
La transformación que se da en el paisaje en apenas minutos es impresionante. Nosotros seguimos caminando por la orilla del lago hasta que vemos un camino que nos devuelve a la parte más alta. Desde arriba, vemos como el agua del lago se va picando, ya no está calmada sino que hace una especie de oleaje. Continuamos nuestro camino y, así, de forma circular, volvemos al inicio de la bifurcación que cogimos antes de llegar a la punta.
Cuando entramos de nuevo en el casco, empieza a llover. El alivio que sentimos es directamente proporcional a la forma en la que empezamos a apreciar Sirmione. Con la lluvia mucha gente se refugia. Minutos antes hacía muchísimo calor y, ahora, no solo llueve, sino que hace fresco. Esa estampida permite ver el pueblo mucho mejor. Así que aprovechamos esos instantes, en los que tenemos que sacar la cámara con cuidado, por la forma de llover, para disfrutar del lugar.
Con el pelo mojado, y las piernas también, ponemos rumbo hacia el coche para hacer nuestra siguiente parada Punta San Vigilio.
La Punta de San Vigilio es una lengua de tierra que se cuela en el lago desde donde, parece ser, que hay unas bonitas vistas del Lago di Garda. Además, en ella también dicen que hay una playa privada muy recomendable, “solo cuesta” 20 euros persona acceder a ella. Nosotros vamos por las vistas...
Para todos los que seáis amantes de los parques temáticos, en esta zona del Lago di Garda, está el Gardaland, por si a alguno os pudiera interesar. Nosotros pasamos de parques.
Para ir a Punta San Vigilio, se puede ir bien por un tramo de autopista o por la carretera que va pegada al lago. Es importante que os comentemos que si podéis evitar que esta jornada os caiga en fin de semana sería maravilloso. ¡No os imagináis cómo está en agosto la carretera!
La carretera que va perfilando el lago es una comarcal de un carril por cada sentido, que a un lado deja el lago y va atravesando pueblecitos. Tiene unas vistas bonitas, pero se colapsa con facilidad.
A Punta Vigilio llegamos sin problemas de tráfico importantes, decidimos hacerlo por el tramo interior, porque ya habíamos leído los problemas que hemos mencionado anteriormente. Aún así, el ritmo es lento, no tiene peaje y en una hora estamos allí.
Al llegar, hay una persona que indica en qué lugar ir aparcando de manera gratuita. El coche apenas marcaba veintipocos grados y parecía a ratos querer llover y a ratos salir el sol. Desde donde se aparca a la punta hay apenas 5 minutos caminando. Cuando llegas allí, es un rincón que desborda encanto. Además, aquel día, como incidía la luz en aquel lugar, era precioso.
Hay un restaurante con mesas que tienen vistas sobre el lago y el pequeño puerto parece formar parte de alguna novela romántica. Un lugar así tenía que tener una leyenda vinculada a su existencia, y la tiene. En este caso, es una historia mitológica que dice que Vigil, descendiente del fauno Sátiro, llegó de Sicilia y se enamoró de Stella, una ninfa, pero ella no pareció mostrar interés alguno en él. Esto fue algo que Vigil no llevó con demasiada deportividad y como venganza la convirtió en piedra. Dicen que esa piedra puede verse desde la encantadora taberna que hay en la Punta de San Vigilio.
Nos encanta ese lugar, así que estamos un rato con la cámara buscando nuevos encuadres o, simplemente, caminando por la pasarela de madera que te deja casi flotando sobre el lago más grande de toda Italia.
Aquel restaurante tenía una ubicación perfecta para haber comido o tomado algo allí, eran las 13:30, hora no era mal momento, pero no teníamos hambre. Así que decidimos que continuamos nuestro camino por el perímetro del Lago di Garda. Próximo destino: Malcesine (o eso creíamos).
Ambos destinos están separados, en condiciones normales, por 50 minutos de camino por la carretera que va pegada al lago. Cuando iniciamos la marcha todo transcurre con normalidad. De hecho, se había quedado un día precioso, con un cielo de nubes algodonosas y una temperatura que permitía bajar las ventanillas y disfrutar. Nos encantaban las vistas, hasta que… nos quedamos parados.
Hacía tiempo, y cuando decimos tiempo, nos referimos a décadas, que no vivíamos un atasco en el que te quedes totalmente parado. A las 14:40, estábamos a 8 kilómetros de Malcesine y, en los últimos 40 minutos, habíamos avanzado 100 metros. Vemos que estamos al lado de un lugar llamado Brenzone, al menos, la carretera pasa por pueblos cada poco tiempo y decidimos parar allí mismo a tomar algo y dar tiempo a que aquello se despejara. Solo un golpe o un accidente podría explicar un atasco así.
Comentar que una vez que estás en esa carretera no hay muchas alternativas ni salidas hacia el interior, o vuelves sobre tus propios pasos o continuas hasta el final, la suerte está echada…
Entramos en Brenzone, a la izquierda de la carretera, es decir, más pegado aún al lago. Aparcamos en zona azul, no parece haber mucha gente y llegamos directamente a orillas del lago. Lo primero que nos cruzamos, una tasca con barriles en la calle, no tiene pinta de que den de comer. Más adelante vemos un restaurante, pero parece que está cerrado desde hace un buen rato. ¡Españoles queriendo comer a las 15:00, insensatos!
Nos toca quedarnos en la tasca, pedimos un panini y una focaccia. El Panini es un bocadillo tradicional, que nos tienen muy engañados con los paninis que parecen pizzas aquí. Tomamos dos coca colas y decidimos hacerlo en los barriles de la calle, viendo un lago bastante picado, mientras el viento soplaba con ganas. Se oye jaleo en el bar, está lleno de aficionados a las motos y, cuando estamos tomando el café, nos enteramos que aquel día de agosto los españoles hacemos triplete. Algunos italianos tararean el himno de España mientras suena en la televisión del bar. Sonreímos, orgullo español por el mundo.
Y con todo nuestro orgullo, esperanza y satisfacción volvemos al coche creyendo que aquello que fuera que estaba pasando ya hubiera acabado después de una horita parados en Brenzone.
Efectivamente llegamos a Malcesine en 10 minutos. ¡Brillante! Teníamos referencias de que en este pueblo se comía muy bien. En nuestro caso no pudo ser, pero igual vosotros lo conseguís.
Malcesine tiene mucho encanto, es un pueblo de corte medieval que parece un escenario. Desde lo lejos se ven sus casas amontonadas y la torre de su castillo sobresalir por encima de todo el conjunto. Detrás, está el monte Baldo y, a sus pies, el Lago di Garda.
Estacionamos en el Parking 1, de pago, y nos fuimos a dar un paseo por el pueblo. Nos pareció un poco de película. Salían algunas calles empinadas desde el lago hacia la montaña. Todo el suelo tenía un empedrado de estos que cuando cae la noche hace que tengas hormigueos en las plantas de los pies.
Estacionamos en el Parking 1, de pago, y nos fuimos a dar un paseo por el pueblo. Nos pareció un poco de película. Salían algunas calles empinadas desde el lago hacia la montaña. Todo el suelo tenía un empedrado de estos que cuando cae la noche hace que tengas hormigueos en las plantas de los pies.
El día de la visita, además, se celebraba una boda. La comparsa de invitados paseaba por la calle detrás de un gaitero solitario que soplaba como si no hubiera un mañana y de un motocarro con lazos donde iban una abuelita y un niño repeinado. Parecía más la grabación de una película que una boda real. El pueblo se abría a los lados para dejarlos pasar. Luego las damas de honor salían con unos tacones “para haberse matado” y la novia iba detrás accediendo al castillo, que aquel día permanecía cerrado por el evento. Todo muy pintoresco.
Malcesine, además, tiene dos puertos, uno antiguo y otro nuevo. Merece la pena dedicar un buen rato para perderse por sus rincones y dejarse conquistar. Tiene un ambiente estupendo y, ese día, además, la temperatura era una pasada. Fue uno de los pueblos que nos sorprendió y disfrutamos muchísimo. Quizá la pega que tuvo es que estuvo un poco masificado de turismo.
Después de una hora y cuarenta minutos, más o menos, salimos con intención de dirigirnos a Limone Sul Garda y, si nos daba tiempo, parar en Riva di Garda. Algo que no veíamos muy factible.
Salimos de nuevo a la carretera y, cuando no llevamos más de cinco minutos…¡Oh! ¡noooo!, ¡error, muerte, destrucción total! Nos paramos, pero nos paramos de verdad. Eso no avanzaba. Los motores se apagan, la gente sale del coche, algunos juegan en la acera, otros, entre ellos el que no escribe, sale a hacer fotos. Miramos Twitter, miramos noticias de Italia, en ningún lado nadie dice nada, pero lo cierto es que aquello no se movía, y no había salida que tomar, en todo caso, era hacer un cambio de sentido, pero teníamos más de dos horas hacia el otro lado y ya era por la tarde.
No sabemos cómo describir la frustración de ver cómo pasan los minutos, las horas, sin movernos NADA y nosotros con tantas cosas que visitar. Era el primer día del viaje donde Lucifer, con su ola de calor, había desaparecido, habían bajado las temperaturas y se estaba genial, pero nosotros lo íbamos a terminar parados en una carretera. Tanto es así, que nos vemos obligados a renunciar a Limone y Riva. Vamos...
De Malcesine a Riva di Garda solo había 18 km, a Limone di Sul Garda 30 km. Pues nos tiramos más de dos horas de la tarde en ese maravilloso atasco que nos obligó a no hacer ninguna de las paradas y dirigirnos directamente a Trento, donde teníamos nuestro próximo alojamiento.
De Malcesine a Trento hay 60 kilómetros que recorrimos, exactamente, en dos horas y media y 2,80 euros de peaje.
Así acabó nuestra visita al Lago di Garda para dar paso a la comarca del Trentino y su capital Trento. Una parada cuya intención pretendía ser un alto en el camino con cierto interés monumental donde hacer noche y poder dar un paseo por una ciudad agradable.
Lo primero que hacemos es ir al alojamiento, Hotel La Villa, probablemente el segundo mejor hotel del viaje, le ganará solo el de Cortina d’Ampezzo por relación calidad/precio. Tuvimos que llamar previamente, porque aunque es un hotel, no tiene recepción. Se encuentra en la parte más alta de Trento, pero en un paseo de 5 minutos estás en todo el centro.
La habitación era grande, tenía una puerta frente a la cama que daba acceso al jardín, con unos sillones y hamacas. El baño también era enorme. Decoración moderna y minimalista, con una cama acorde con el tamaño de la estancia. Muy cómoda. La mayor pega, probablemente, sea el acceso al jardín desde el cuarto, que en algún momento pueda resultar algo indiscreto. Aún así, por cómo está el hotel, se intuye que Trento no es una de las ciudades de alta demanda turística, al menos, en el verano.
Damos saltos de alegría de pensar en ponernos unos pantalones largos para salir a cenar. No se puede desaprovechar esa oportunidad y, además, da mucho gustito hacerlo.
Trento nos sorprende. Nos encontramos una ciudad en la que parece que estamos solos, con unas calles muy bonitas, los comercios ya cerrados y una arquitectura muy homogénea.
Casi sin darnos cuenta hemos llegado a la Plaza del Duomo de Trento. Nos parece preciosa, además, el atardecer parece contribuir a que todo tenga un encanto especial, se ha teñido de rosa y el malva se esparce por los reflejos de la fuente, de los cristales de las ventanas o los adoquines de las calles.
Una de las visitas más interesantes que leímos que se podía hacer en Trento era la de su castillo. Pero llegamos un domingo por la tarde y los lunes el castillo cerraba.
La plaza del Duomo tiene como protagonista la catedral de San Vigilio, construida en el s.XII-XIII, aunque su campanario es de dos siglos después.
En su centro tiene otro elemento decorativo que se lleva todas las miradas, la Fuente de Neptuno, de estilo barroco, presidida por una escultura del Dios que no es la original, ya que esta se vio dañada y la trasladaron a otro emplazamiento, y un montón de tritones en la base. Construida con un flujo de agua continuo, atrae las miradas sin parar.
Además, en esta plaza del Duomo, que ha tenido muchos nombres a lo largo de la historia, como Piazze D'italia, o Piazza Grande, o Piazza Comune, entre otros tantos, encontramos un restaurante que nos habían recomendado en el hotel en el que pretendemos cenar, por primera noche, sin tener que sacar el abanico y con manga larga.
Restaurante El Scrigno del Duomo. Tiene una terraza en la plaza con una luz romántica y algunas velas. En la plaza hay más gente, pero seguimos siendo pocos, aunque se ve como van llegando personas a cenar. Nuestra mesa está en primera línea de plaza, bajo una pérgola blanca. Estamos animados, casi ni nos acordamos de la maravillosa sensación de haber estado en un atasco de los años 80.
Hoy cenamos con vino. Pedimos un risotto con arándanos que se nos saltan las lágrimas y espaguettones con ragú de salsicia y cherrys, también muy bueno. Agua grande, vino Muller Zeveri y dos expressos. El importe total de la comida fue de 80 Euros. Buena comida en una terraza con muchísimo encanto.
A esta cena se sumó el placer de no sentir que cada vez que tomas una bocanada de aire pierdes un año de esperanza de vida.
Después de cenar, paseamos un poco más por la ciudad, sin profundizar mucho, solo disfrutando del placer de un buen paseo antes de dormir con los efectos chispeantes del vino. Ponemos rumbo hacia el hotel, cuando llegamos a la puerta de entrada, no hay forma de abrir la puerta de entrada al recinto. Buscamos los sensores, probamos con la tarjeta por el lateral de la puerta, por las rendijas, damos saltos, vamos a la pata coja, nos morimos de la risa, luego parece que ya no nos reímos tanto cuando ya no se nos ocurren más inventos para entrar. Al final, no sabemos cuál era la combinación de movimientos ganadora, pero la conseguimos...
Dormir fue fácil aquella noche, sin aire acondicionado, ligeramente arropados y super felices. Italia es un destino en el que es muy fácil sentir el relax de unas vacaciones, te pasen las cosas que te pasen.
Al día siguiente comenzábamos nuestra etapa de turismo montañero, nos acercábamos a las Dolomitas y dos de los paisajes más bonitos que veríamos en este viaje serían los protagonistas.
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