Habitualmente comentamos que, al igual que viajar, nos gusta comer. Es así. Elegimos destinos e investigamos el territorio gastronómico. Y cuando no tenemos destino ni viaje a la vista, calmamos la ansiedad buscando algún lugar para tomar algo en nuestra ciudad o alrededores (lástima de que no tenemos muchos documentos gráficos de calidad sobre ello). Y lo que es más grave, cuando no podemos salir por el motivo que sea, nos ponemos programas gastronómicos en la televisión. ¿Damos miedito, verdad?
Hemos decidido, después de bastante tiempo, incorporar una nueva sección al blog relacionado con lugares o experiencias gastronómicas que de una manera u otra nos han gustado. No somos críticos gastronómicos, ni lo pretendemos. Pero como ofrecemos planes, dentro de los nuestros también está salir a conocer nuevos lugares donde disfrutar de la gastronomía. ¡Nos chifla!
Avisamos de que actualmente estamos en una etapa muy tabernera. En Madrid este concepto últimamente ha sufrido una transformación muy atractiva. Ahora, a nosotros nos gusta el concepto clásico de taberna y también el más actualizado. Tenemos el paladar muy abierto. Para comenzar, lo vamos a hacer con el último lugar que hemos visitado, ya que del resto vamos a tener que recuperar documentos gráficos del móvil (oh, horror) o repetir (mola).
Hoy os acercamos el Restaurante Navaja, en la Calle Valverde 42, Madrid.
La calle Valverde de Madrid es una vía estrecha de tráfico restringido para residentes y con las casas balconadas típicas del centro de Madrid y forma parte del barrio de Malasaña.
Navaja no tiene una fachada ostentosa ni exuberante, apenas una puerta y una ventana, que hizo las delicias de nuestra visita porque fue, justo en ella, donde disfrutamos de nuestra experiencia.
Vamos a empezar por el final, nos ha gustado mucho este lugar, es ideal para todos aquellos que disfruten probando diferentes preparaciones y compartiendo platos. Navaja es un local pequeño, con barra, mesas altas con banquetas y unas poquitas (muy poquitas) mesas al fondo del local.
Una decoración que mezcla la madera, el estilo industrial, algún detalle vintage y el espacio diáfano aunque dividido en tres espacios diferenciados, más parecido a una de las tabernas renovadas que al concepto clásico de restaurante, bajo nuestra opinión.
Tiene una carta corta, pero realmente apetitosa, si te gusta la idea de probar cocina fusión gallego-peruana principalmente, aunque tiene guiños a otras también. Nosotros fuimos un domingo más o menos pronto, antes nos tomamos un vermut en La Ardosa (Taberna Clásica de Madrid), lugar del que os hablaremos en otra ocasión y nos fuimos directamente a este local, que está a apenas 2 minutos del otro.
Os vamos a contar nuestra selección de platos para aquel día (2 personas).
Comenzamos probando su navaja nikkei, se pide por unidades. La navaja era pequeña, pero sabrosa, y su elaboración nikkei todo un acierto, entre algunos de sus ingredientes cacahuetes o tirabeques. Intentar repetiros la descripción de cada plato para nosotros es imposible pero, si vais, ya se encargará su personal de hacerlo, cada vez que os presenten una elaboración
Luego pretendíamos probar su erizo pero aquel día no había. Así que dimos paso directamente a las ortiguillas con Kimchi coreano para compartir. Nos encantó el sabor a mar, el tacto, y nos habríamos comido un par más de ellas.
Para continuar nos llegó el Aguachile. Era de langostino tigre. Hasta la fecha no habíamos probado anteriormente esta elaboración de origen mexicano, aunque es similar a los tiraditos. Suave, fresco y sabroso simultáneamente. Otro de los platos que compartimos.
Luego nos pasamos a un plato de carne. El tartar de solomillo estilo japonés. Totalmente diferente en sensaciones y sabores al tartar clásico. Pero también disfrutamos mucho de la experiencia. Diremos que el tartar es un plato a ambos nos encanta. Va aliñado, entre otras cosas con salsa teriyaki y acompañado de alga nori.
Cuando terminamos este plato. El paladar estaba caprichoso. Esa sensación que tienes cuando vas probando diferentes platos y todos ellos estimulan las papilas gustativas. No teníamos hambre, pero el paladar pedía más.
En el último momento, cuando íbamos a pedir el postre, nos lanzamos por un Buns de cangrejo, gula total, y ¡oh señor!, sin tener demasiadas expectativas, llegó aquel cangrejito de concha blanda, con su mayonesa de pimiento de padrón, el toque suave de picante y demás. Nos emocionó a los dos, adictivo. Sabor, sabor, sabor..
La comida fue regada con un vino Guimaro de la Ribeira Sacra (18€). Quisimos probar alguno que nos recomendaran. No estuvo mal. Diferente a otros que hemos probado, pero tampoco nada que nos haya dejado huella.
De postre optamos por Ton Pay a compartir, un postre estéticamente atractivo, divertido y refrescante. Es masa Wonton acompañada de una crema suave, frutos rojos, pisco y una especie de espuma de coco. Buena guinda para el pastel.
Finalizamos con nuestros imprescindible café. Y nos invitaron a un par de licores. El monto total de la comida ascendió a 70,50€.
Salimos de Navaja como si en la boca nos hubiera explotado un mundo de sabores. Esa grata sensación de haber disfrutado mucho, de tener cosquillitas que recorren el paladar de lado a lado y que te obliga a estar paladeando aún después de comer. Una sonrisa nos acompañó en el paseo de aquel domingo tarde, y una equis que marcamos en el mapa de locales como un “Volver pronto”.
Un placer haberte conocido Navaja.