Amanecemos en el noveno día de nuestras vacaciones en Doolin. Maletas sin deshacer, tan solo hemos pasado una noche aquí. En el plan de hoy vamos dirección Killarney, donde estableceremos nuestro campamento durante tres noches. De camino haremos algunas paradas intermedias y, además, tenemos que incluir una visita no planificada a los Acantilados de Moher, que nos pillan al lado, dado que el día anterior la niebla no nos dejó visitarlos bien. Luego iremos a Ennistymon, Ennis, Adare, hasta llegar a Killarney. Pero hoy va a ser el típico día en el que sólo puedes acabar riéndote de todo lo que te pasa.
Tras ducha y desayuno, ponemos rumbo a los Acantilados de Moher. Nada más salir está chispeando y las nubes están bajas. Mal presagio.
Cuánto más cerca estamos de los acantilados, más parece que estamos en Lluvia de Estrellas. Una pared de nubes hace que cuando lleguemos al aparcamiento de los Acantilados de Moher no nos planteemos ni estacionar el vehículo (si queréis conocer datos sobre la visita a los acantilados, en la entrada anterior lo contamos y enseñamos todo).
Pues nada, nos quedamos con el recuerdo de los acantilados de la tarde anterior. De esa ilusión en la que durante minutos pudimos ver “un poquito” los Acantilados de Moher.
Ponemos rumbo a Ennistymon. Está a unos 20 minutos de los acantilados. El motivo por el que elegimos este lugar como parada es porque hay unos saltos de agua muy pintorescos en el pueblo. Vamos allá para comprobarlo.
Según entras en el pueblo hay un hotel y unas señales que llevan al aparcamiento. Estacionamos allí y seguimos unas indicaciones hasta las cascadas. Mientras caminamos, vamos recordando nuestra “suerte” con los acantilados y al girar la vista desde donde se supone que se vislumbra la cascada… ¿Qué nos encontramos?
El agua ha sido desviada por obras, un montón de máquinas removedoras de tierra, grúas, tubos y barro ocupan el espacio por el que tendrían que caer numerosos saltos de agua. Se hace un silencio… no decimos nada. Nos miramos, miramos esa estampa gris, llena de barro, y al segundo nos entran muchas ganas de... ¿llorar? No, de reír. El día ha empezado cachondillo, ni acantilados, ni saltos de agua… (si queréis ver cómo se debía ver, en nuestra entrada Expectativas vs Realidades viajeras podéis ver lo que debía ser y lo que fue, que os mostramos en estas imágenes. La de abajo es demoledora).
Toda la zona está en obras. Seguimos el sendero unos metros más por si se pudiera obrar un milagro y encontrar algo especial. Pero no, tras cinco minutillos damos la vuelta y volvemos al coche. Próximo destino Ennis.
Ennis está a unos treinta minutos. Elegimos esta parada por estar considerado uno de los pueblos curiosos que encontramos en el camino. Cuando entramos en él, para buscar un aparcamiento, nos encontramos un pueblo tomado por los pivotes naranjas de obras y muchísimas vallas. Tráfico cortado parcialmente y una visión complicada desde el coche.
Nos volvemos a mirar con cara de incertidumbre. Al menos no llueve, aunque el cielo esté muy negro. Intentamos buscar algún lugar para aparcar y dejar el coche. Lo hacemos en una zona de estacionamiento regulado. Ponemos dos horas a ver si conseguimos ver algo, dando un paseo, de una vez por todas. No nos rendimos.
Una vez que entramos en el centro nos gusta lo que vemos. No es nada super especial, pero las calles están llenas de comercios con las fachadas de colores. Suena la música por todas partes. Un montón de artistas callejeros se reparten por la calle principal y mucha de gente se amontona alrededor de ellos observando sus actuaciones.
Vemos muchos niños tocando música. Nos sorprende mucho. Para nosotros es impensable que unos niños se pongan en la calle a bailar o tocar un instrumento. Allí los niños van vestidos como si fueran a misa de domingo, muy peinados. Algunos tocan un instrumento, otras niñas hacen un baile que parece típico de la zona, alrededor de una escoba y con las manos en la cintura. Mientras que la madre la mira orgullosa apoyada en la acera de enfrente. Vemos a un adulto con los que podrían ser nietos o hijos haciendo un baile que también hemos visto en varias ocasiones en Irlanda que podría recordar al claqué por bailar sobre una tabla y hacer un ruido particular. Mueven los pies y se coordinan de una forma espectacular. Unos hermanos vestidos exactamente igual, que parecen sacados de la familia de Sonrisas y Lágrimas y que tocan una especie de pequeña flauta. Niños y niños en la calle que parecen sacados de un concurso de talentos…
Ennis tiene rincones coquetos, y una vida que nos gustó mucho. Nos sirvió para salir un poco de ese bucle de fracasos en el que estábamos envueltos. Estuvimos una hora y media más o menos.
En el itinerario de aquel día teníamos varias opciones después de la parada de Ennis. Bien visitar el Castillo de Burrenty, o bien habernos acercado a hacer un crucero para avistar delfines. Pero dado nuestro éxito días anteriores en el avistamiento de focas, o de ponis de Connemara, decidimos que el destino nos estaba enviando un mensaje que teníamos que aprender a leer. Así que pasamos de crucero y pasamos de castillo. Nos fuimos directamente hacia Adare.
Adare es un pueblo que en muchos listados aparece como uno de los pueblos más bonitos de Irlanda. Sinceramente, nosotros no lo incluiríamos en el listado. Pero tiene los populares cottage caracterizadas por sus tejados de paja y fachada de piedra que son muy curiosas y nos recuerda al acabado de los tejados a los Cotswolds (Inglaterra).
Para llegar a este pueblo entramos en el Condado de Limerick, en unos 40 minutos hemos llegado a nuestro destino. Según nos aproximamos vemos el Castillo Desmond, que genera una bonita estampa, al lado del río Maigue. Nosotros solo vemos el castillo desde fuera, no entramos en su interior. Es un prototipo de fortaleza medieval que se comenzó a construir en el s.XIII.
Dejamos el coche en el gran aparcamiento gratuito que hay a la entrada del pueblo en la Oficina de Turismo.
El pueblo tiene bastante encanto. No todo el pueblo está lleno de los Cottage del s.XIX. Los que hay están juntos, unos cuatro o cinco, y el resto de la villa se desarrolla a ambos lados de la carretera con fachadas típicas irlandesas.
Lo primero que nos planteamos es comer. Frente a la Oficina de Turismo se encuentran los Cottage y el parque urbano. Un bonito y frondoso parque en el que hay bastante gente terminando de comer, a pesar de estar bastante encapotado el día. Nosotros copiamos su idea. Sacamos nuestro picnic y ocupamos uno de los bancos. Es en este momento donde no habremos visto casi focas, ni ponis, pero conocemos al cuervo-perro, una nueva variante de animal para nosotros, el ave que se pone a tu lado y te mira con ojos tiernos (a pesar de ser un cuervo) para que le eches algo de comer. Si te mueves, va detrás de tí, si te acercas se aleja un poco. Puede pasar tanto tiempo como tú estés comiendo a tu lado, pacientemente. Nos encariñamos tanto que estuvimos pensando en ponerle nombre.
Tras reponer fuerzas nos disponemos a dar un paseo por Adare. Mucho comercio en la calle principal, detrás de escaparates que se intercalan entre el estilo irlandés y el británico. Colores, casitas bajas, un paseo muy agradable en el que, en algún instante, hasta se anima a salir el sol.
Desde Adare decidimos ir directamente a Killarney, desde el alojamiento habíamos recibido un correo el día anterior para ver si podíamos llegar antes de las 18:00. Está a unos 92 kilómetros de Adare, en el Condado de Kerry. Elegimos esta ciudad para alojarnos 3 noches. Un buen campamento base para recorrer la Península de Dingle y el Anillo de Kerry.
Killarney es la segunda ciudad más visitada de Irlanda y tiene muchísima vida. En el trayecto vamos disfrutando de la música y algunos de los paisajes. Y más o menos en hora y media estamos llegando. Lo primero que hacemos es dirigirnos a nuestro nuevo alojamiento, de nuevo, agradecemos pasar más de una noche en el hotel.
El alojamiento de Killarney es Windsway Bed & Breakfast. Está bien ubicado, en la propia ciudad y en un paseo muy corto estás en el centro. Al llegar, vemos que no hay aparcamiento y que la calle es de estacionamiento regulado. Dejamos el coche allí y preguntamos en el alojamiento. Nos dicen que podemos aparcar perfectamente ahí. Claramente hemos visto unas señales que avisaban que era de pago. Pero él insiste en que sin problema se puede aparcar, así que nos la jugamos y, en los 3 días que estuvimos, no fuimos multados. Nos enseñan la habitación, vemos que tiene dos camas y se nos debe poner una cara de decepción muy expresiva porque el hombre nos dice que nos ha dado esa habitación, porque nosotros era lo que habíamos pedido. Nos enseña la reserva, y efectivamente, tiene razón. No éramos conscientes. Irte de vacaciones y dormir como si estuvieras en un campamento de los Boys Scouts no era la idea. Amablemente nos ofrecen al día siguiente a cambiarnos de habitación. Dicen que ellos nos moverán las maletas y todo. Y así hicimos.
La habitación de dos camas resultó ser más grande que la de cama de matrimonio. La de dos camas tenía edredón, la de una cama, manta. Y ambas tenían un baño que parecía un trampantojo, abrías una puerta y aparecía un baño que podría ser la mitad de un aseo. No nos sorprende ya demasiado, cuando encontramos un lavabo en el que nos tenemos que lavar las manos dedo a dedo para que entre. El mundo miniatura en los baños se lleva mucho por Irlanda.
A pesar de esas críticas, resulta un lugar acogedor, es cómodo y son amables. La habitación tiene un buen tamaño y armario como tal no existe. Hay unas cuantas perchas que cuelgan de una especie de potro.
En este alojamiento no contratamos desayuno, así que no podemos opinar sobre él.
Una vez hecho el check-in decidimos salir a pasear por Killarney. Como os decíamos, esta ciudad tiene muchísima vida. Sus calles están llenas de gente, comercio, pubs. Entramos en uno de sus templos, que no la Catedral (esa está al lado de nuestro hotel y la visitaríamos el último día que pasamos allí, antes de irnos).
Nos notamos especialmente cansados. No sabemos muy bien por qué. Empieza a llover y decidimos que es un buen momento para sentarnos a tomarnos algo. Elegimos un lugar en la calle, que está bajo una carpa. Tiene algo especial estar sentado mientras llueve a tu alrededor. Sería que todavía teníamos mono de lluvia…
Sucumbo a la Guinness, no me gusta la cerveza, pero no puede ser que siga bebiendo Coca-colas y tónicas. Así que “el que no escribe” se pide una pinta y yo media de Guinness. Me gusta.
La terraza elegida tiene colgada en la calle una pantalla de unos 4x3 metros. Están retransmitiendo las carreras de caballos. Eso explica el tráfico intenso que había en la zona… Las carreras de Killarney.
Esta ciudad es el principal destino en Irlanda para disfrutar de las carreras de caballos. Tienen 3 festivales en el año, en mayo, julio y agosto. Y parece que nuestra estancia coincide con uno de ellos. Se celebran a las afueras de la ciudad, muy cerca del Castillo de Ross, que visitaríamos al dia siguiente. La gente está sentada en la terraza y parecen bastante interesados en el evento.
Aprovechamos en este descanso para reírnos mucho de los comienzos del día. Nos viene la imagen de los Acantilados de Moher, y de Ennistymon. En el móvil llevaba una imagen de Ennistymon en sus mejores momentos y no se nos ocurre otra cosa que enviar un whatsapp a la familia enseñándoles lo que íbamos a ver hoy (con la foto estrella) y lo que realmente vimos. Nuestro viaje comienza a convertirse en un momento de humor para las familias que miran los mensajes desde sus 36 grados soleados en España.
Decidimos ir a cenar. Elegimos Murphy's. Cenamos genial por unos 35 euros. Nos tocó esperar un poco en la barra, pero estaba todo estupendo. Pastel carne con verduritas y estofado de ternera y patatas hecho con Guinness. La atención pura amabilidad, no se quitaban el “darling” y el “lovely gays” de la boca. Al salir llevábamos el estómago calentito.
Nos damos otro paseo y en el mismo lugar donde tomamos las pintas antes de cenar, está tocando música un grupo. De nuevo la música envuelve Irlanda. Lo hacen delante de la pantalla de las carreras, que en ese momento, ya, noche cerrada, no enseña a los equinos, sino que mientras cantan y tocan, detrás muestra imágenes aéreas de Irlanda, llena de verde y sol, con unos paisajes espectaculares. Está claro que con ese sol, ese video no lo han hecho en el mes de agosto de 2016. Nos quedamos un rato disfrutando de la música y ponemos rumbo al hotel paseando. Hace fresco y está medio lloviendo.
Al llegar, nos hacemos un café en la cafetera que tiene el hotel en las zonas comunes y nos lo llevamos al cuarto.
No podemos parar de sonreir y reir mirando las imágenes del día. Supongo que nos da por esto cuando se tuercen un poco las cosas. Claro que, eso solo fue el entrenamiento para las 48 horas posteriores que nos esperaban…
Al día siguiente el plan era recorrer la Península de Dingle…
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