Amanece con sol. Qué gozada. El día anterior nos encantó y para el tercer día en Baviera dimos muchísimas vueltas al mapa. Habíamos estado mirando opciones. En su momento nos planteamos ir a Innsbruck (Austria) que ya tenía montado el mercado de Navidad. Pero, con tan poco tiempo y desconociendo las carreteras, nos daba la sensación de que no nos iba a cundir demasiado (meses después, en verano, lo visitaríamos, sin mercadillo, claro). También miramos el Konigsee, nos apetecía un montón, pero tampoco eran distancias aptas para tan poco tiempo (también nos resarciríamos en verano), así que nos planteamos que quizá subir al Zugpitze (montaña más alta de Alemania) era una buena opción.
Al Zugpitze se puede subir en telecabina desde Alemania y desde Austria. Sale algo más económico desde Austria pero cuando vimos el precio que cobraban por subir, un ligero escalofrío nos recorrió de la nuca al final de la espalda y, tras recuperar el aliento, optamos por un cambio de plan. El precio por persona eran 50 euros.
Nos vamos buscando Ehrwalder Almbahn (Austria). Ésta es la cabina que nos iba a llevar al punto para iniciar la ruta hacia el Sebensee. Una ruta que no parecía tener grandes dificultades pero que transcurría por los Alpes austriacos, con su paisaje, su lago, era lo que queríamos…
Bueno, pues cuando llegamos, a pesar de haber mirado los horarios, a pesar de haberlo revisado 1.000 veces, está cerrada.
Sí, ahí no había ni el tato, nosotros dos, pisando suelo austriaco por primera vez y mirando alrededor en busca de la luz.
Luz, luz, no vimos. Eso estaba cerrado, pero tras el fracaso, sí que empezamos a desbloquearnos y mirar alrededor. En el camino ya habíamos disfrutado del paisaje y allí veíamos las casas de madera, las montañas… a Austria, había que volver. Había que disfrutarla y así hicimos en agosto de 2015.
Bueno, pues tras el fracaso, por suerte habíamos madrugado, teníamos una alternativa, nos vamos a Partnachklamm, una garganta o cañón que se puede atravesar andando y que se encuentra situado en Garmisch- Partenkirchen.
Allá nos dirigimos. Para visitar esta garganta hay que ir al aparcamiento del lugar donde se celebran los saltos de esquí de comienzo de año ¿Quién no recuerda el Año nuevo cuando ha amanecido temprano o se ha acostado tarde con esos conciertos de Viena o los saltos de esquí en TVE? Ya no se retransmiten en esta cadena pero, durante años, era un clásico en muchas casas… En casas de bien claro, no en las de pachangueros incontrolables, es decir, las de los abuelos.
Al llegar no fuimos conscientes de que hubiera que pagar por estacionar el coche, lo cierto es que, a la vuelta, vemos que sí que la gente, a pesar de ser domingo, sacaba un ticket. A fecha actual no tenemos noticias de ninguna multa y tampoco muy claro si realmente había que pagar o no por el aparcamiento.
Una vez aparcados, para dirigirse hacia el comienzo de la garganta, hay que seguir a pie una carretera que comienza atravesando los trampolines. Sensaciones encontradas ante ellos. Por un lado, al principio no parecen tan sorprendentemente altos, luego, cuando los miras de perfil, observas que no son solo altos, sino realmente vertiginosos.
La altura de las rocas alcanza los 80 metros, por ello, la luz entra con bastante dificultad. La sensación es bastante fresca y húmeda. Os recomendamos para esta visita llevar un calzado cómodo, aunque haga buena temperatura, alguna prenda de manga larga y, sobre todo, a ser posible, un chubasquero, gotea el agua por todas partes. Nos llamó muchísimo la atención la tonalidad del agua en esta zona, algo que también pudimos comprobar en Austria, un azulado a ratos turquesa, a ratos grisáceo…
Os podemos decir que nos reímos muchísimo en este recorrido, como hemos comentado, nos encanta hacer fotografías. En este entorno, la escasez de luz hace difícil sacar buenas imágenes y la posibilidad de llevar un trípode en viajes internacionales, a veces, es complicado, pero es que en este caso, dado el ancho de las pasarelas, tampoco te permite plantarte allí y obstaculizar el paso. Así que en esta ocasión, aquí “el que no escribe” llevaba su gorilla (un trípode que seguramente muchos conocéis) y que tiene una forma un poco curiosa.
Desde luego no es un trípode para una reflex, pero hay que reconocer que aquí nos ayudó muchísimo a hacer alguna fotografía decente. Lo gracioso es que la gente pasaba y se quedaba absorta en esa especie de brazos enganchado a la barandilla y un loco chalao, con medio cuerpo fuera y posiciones imposibles. Mientras tanto, aquí la que sí escribe se dedicaba a hacer un video de la situación.
Tras recorrer los 700 metros de cañón de golpe se hace la luz, llegas al río y, a partir de ahí, si quieres te puedes sentar a tomar algo que lleves contigo de comida, continuar por varios senderos o diferentes o rutas (alguna vuelve al aparcamiento inicial) o dar la vuelta y deshacer el camino por donde has venido. Esto último fue lo que hicimos nosotros. Hablamos de unos 7 km aproximadamente, ida y vuelta.
La verdad es que nos gustó la experiencia. Partnachklamm, fuera de los horarios establecidos en su web, se puede visitar gratis, pero solo bajo tu responsabilidad. Es una garganta que, en principio, está abierta todo el año, pero a veces por razones de seguridad la pueden cerrar. Si buscáis por internet, encontraréis unas imágenes invernales del lugar totalmente espectaculares, con mucho hielo y nieve.
Bueno, pues queremos más paisajes, así que nos hemos planteado acercarnos al lago Eibsee, a unos 900 y pico metros, un lago azul, transparente, totalmente rodeado de montañas, a los pies del Zugpitze, la montaña más alta de Alemania (2.950 metros) y desde donde se puede coger la telecabina que te lleva hacia su cumbre. Un paisaje totalmente alpino.
Cuando llegamos allí, los aparcamientos están casi llenos. Después de aparcar, nos acercamos a los alrededores del lago y vemos que está todo cerrado, no hay ningún sitio donde podamos comer, así que nos vemos obligados a coger de nuevo el coche en busca de un bar que nos diera alimento.
Ya era bastante tarde, con lo que nos tenemos que conformar con unos sandwiches de gasolinera, unas patatas, y unas bebidas, que nos comemos en un banquito de una marquesina de autobús que encontramos junto al aparcamiento del lago y telecabina.
Rodeando el lago lo pasamos genial, lo que desde lejos parecía un camino circular a ratos se aleja del agua y a ratos se acerca. No tiene desnivel significativo y el placer de respirar ese aire, y sentir el frescor, junto con las imágenes no tiene precio, eso sí, se hace más larga de lo que parece, sobre todo, si te pasa lo mismo que a nosotros, que no controlas bien la velocidad a la que cae la luz en esa zona montañosa, y sientes como la oscuridad se te echa encima.
Aún recordamos el momento en el que empezamos a dejar de cruzarnos con nadie y parecía que nunca llegábamos a la mitad de lago. Ese punto en el que sabes que ya volver atrás no tiene sentido porque, probablemente, tardarías lo mismo que si sigues hacia delante.
Ese momento en el que para tranquilizarte dices en alto “no pasa nada, llevamos las linternas del movil”, pero ninguno de los dos móviles tiene batería, ambos se han descargado, ese momento que “el que no escribe” empieza a decir “mira ¿Lo has oído, ese ruido, serán lobos?” y yo me rio y digo “eso es un buho”... en ese momento te das cuenta que “merece la pena andar al estilo Paquito”.
Llegamos justo al final de la ruta cuando la noche cayó, a las 17.30 de la tarde. De verdad que una ruta circular como ésta, así de sencilla, nos pareció una chulada. Queríamos respirar Alpes y ese día nos los llevábamos puestos.
Desde el Eibsee, ya de noche, vamos hacia Kempten, la escapada a Baviera iba a tocando su fin. En una hora y media, aproximadamente, estábamos allí.
En esta ocasión fuimos a cenar a Meckatzer Braeu Engel. Un lugar que frecuentaba algún día casi todas las semanas “el que no escribe”. La verdad es que resultó un lugar muy acogedor, con una comida que estaba bastante buena. Lo que no nos esperábamos era encontrarnos a una camarera, a la que cuando pedimos dos cuentas separadas pareció que le habíamos hecho un insulto a sus difuntos. Aún más nos sorprendió, debido a que “el que no escribe” iba todas las semanas con sus compañeros y era costumbre que lo pidieran así. Intentamos explicarle que la solicitud era por temas profesionales y prometo que usamos nuestra mejor de las sonrisas, pero tras muchas idas y venidas con el monedero y unas caras que eran un poema, acabó dándonos las vueltas con un golpe en la mesa que a mi casi me tiemblan las canillas.
Nunca, en ningún lugar, ni en España, ni fuera de aquí, nos hemos encontrado un comportamiento similar. Aún recuerdo cómo salí yo, toda ofuscada diciendo “esto me lo hacen donde me puedo comunicar y no se queda así… no se queda así”. Ahora sonrío… El lugar está bien y, salvo esa ocasión, aquí “el que no escribe” nunca ha tenido ningún problema.
Llega el momento del último paseo, las últimas bocanadas de aire bávaro por el momento. Es la hora de ir al hotel.
Al día siguiente, día cuarto, solo un desayuno, 2 horas de coche y camino al aeropuerto. “El que no escribe” se quedaba en Alemania, yo volvía a Madrid.
En el avión, no puedo negarlo, llevaba bastante pena pero, a la vez, una sonrisa que no me podía quitar de la cara. Iba escuchando música y mirando por la ventana como Alemania se iba haciendo chiquitita, hasta parecerse a los mapas del colegio.
Desde luego, había sido una pequeña “gran” escapada.
Un mordisco a Alemania (Baviera), unas pinceladas de los Alpes, un paseo de fantasía por su castillo, un paseo por la Historia en Munich y unos románticos paseos por lugares como Füssen. Fueron risas, sabores nuevos (para mí, claro), olores, colores, costumbres...
Nos encantó, hizo de esa distancia, que el trabajo ponía de por medio, una gran oportunidad, unos recuerdos de esos que se quedan contigo más allá de unas fotos.
Baviera también fue la responsable de que este año, en verano, nos fuéramos a Austria y ahora estemos completamente enamorados de los viajes paisajísticos. Que ya estábamos conquistados, pero ahora es un amor incondicional.
Además, hemos aprendido que no hace falta hacer un super viaje (que está muy bien, claro) en el que te empapes de todo de golpe. Que las pequeñas escapadas, que no siempre te llevan a los sitios más populares, se viven con intensidad, y que la intensidad es lo que muchas veces hace que las cosas se recuerden para siempre.
Volveremos… ¡Claro que sí!