Conocer Cantabria no es solo perderse por su espectacular costa, en algunos rincones salvajes como Oyambre o la Costa Quebrada , playas kilométricas de arena suave y fina como las de Laredo, o disfrutar el cotizado oleaje bravío para los surfistas en la Playa de los Locos de Suances. No es solo visitar su preciosa capital, Santander, o sus localidades más populares como Santillana del Mar, Castro Urdiales, Potes o Comillas.
Conocer Cantabria implica adentrarse también en su verde y profundo interior. En los valles cruzados por ríos, en paisajes relajantes donde se pueden encontrar municipios realmente bonitos que conservan arquitectura y tradiciones ancestrales. Pequeños rincones que albergan tranquilidad y muchísima belleza, tanto por sí mismos, como por el enclave en el que sitúan. Dentro de éstos, ya os hablamos en su día de nuestra excursión por los Valles Pasiegos, de Bárcena Mayor, de Carmona o de Liérganes.
Y hoy queremos sumar un rinconcito más, enclavado en el Valle del Nansa, un pequeño municipio que no llega a 100 habitantes pero que nos pareció que está lleno de encanto: Tudanca.
Tudanca fue declarado Conjunto Histórico en los años 80. Nosotros, a pesar de nuestras múltiples visitas a Cantabria (sentimos auténtica devoción por esta Comunidad Autónoma), hasta hace poco no conocimos este lugar. Nos dirigimos allí tras tomarnos uno de esos “desayunos de los campeones” con los que parece que no vas a necesitar comer más en todo el día (mentira, solo nos hizo falta llegar al mediodía a los Tojos donde solemos pecar y arramplar con un cocido montañés para, aquel día, pensar que como era el día de regreso quizá deberíamos tomar algo más ligero, y acabar dándole al rabo de toro y a las judías con venado; como podéis observar muchísimo más ligero, tanto, que optamos además por tomarnos una tartita casera, en fin, si os lo estáis preguntando, llegamos bien a casa, aunque prescindimos de cenar...).
El caso que, aquel día tras el potente desayuno, pusimos destino a Tudanca y no tardamos en encontrarnos en el Valle del Nansa, entre laderas y verde por doquier a pesar de ser el mes de agosto. Simplemente, recorrer estos paisajes en coche es un placer, sobre todo para mí, que voy de copiloto como una reina mirando como pastan las vacas y como las laderas suben y bajan. “El que no escribe” dice que también lo disfruta muchísimo, pero es imposible que sea tanto como yo (yo gano una vez más).
Tudanca se sitúa en un enclave espectacular, rodeado de campo, de laderas, parece aislado en medio de la naturaleza cántabra, a media ladera de Peñasagra. A eso de las 10-11 de la mañana, en el aparcamiento que hay a la entrada donde se debe estacionar, no había ningún vehículo. Llegábamos los que parecíamos los primeros visitantes del día a colarnos por las calles de este bonito lugar.
Si vais a Tudanca, el desayuno de los campeones del que os hablábamos os vendrá muy bien, algunas de sus empinadas calles que salvan el desnivel de la ladera en la que se ubica harán que queméis parte de la energía.
Es un placer fijarse en sus casas, arquitectura popular cántabra. Cuanto más asciendes por la calle, las vistas del lugar en el que te encuentras se hacen más majestuosas y tú pasas a sentirte más pequeño.
El paseo es tranquilo, aun estando en pleno verano. Cuando disparamos la cámara se escucha casi el eco de la misma con cada fotografía. Y eso sí, os aseguramos que la disparamos muchas veces. Lo cual, para algunos que nos hayáis leído antes, igual no sea muy significativo, porque lo nuestro es obsesión, pero de verdad que el lugar lo pide a gritos.
Aunque también te grita que te sientes un rato ¿Para qué? Para reposar y empaparte del lugar y la paz de dónde te encuentras. Y así hicimos, cuando estábamos en una de las zonas más alta de Tudanca, justo al lado de una de sus casas más populares, una Casona típicamente montañesa, de importancia histórica.
Esta casona es originaria del s.XVIII, y es conocida también como el Palacio de la Cuesta, cuyo nombre no deriva de la pendiente que habréis ascendido para llegar a ella, sino de la familia a la que pasó después de que el que la mandó construir falleciera sin descendencia.
Su primer propietario fue un vecino que emigró a Perú y, a su vuelta, con el capital obtenido, mandó construir la vivienda. A su muerte, como os contamos, no tenía descendientes y la casona pasó a los antepasados de José María Cossío, escritor español en el s.XX, que formó parte de la Real Academia de la Lengua y que mantuvo contacto con muchas personalidades del momento. Por esa casa, dicen haber pasado Rafael Alberti, Miguel de Unamuno, Gerardo Diego… entre otros.
Se puede acceder al interior a través de una visita guiada. Nosotros esta última parte la dejamos para otra ocasión, porque aquel día, al lado de esa casona blanca que preside Tudanca y sentados en un pequeño poyete de piedra, dejamos que se nos perdiera la mirada en los valles cántabros. Aquel día también dejamos que las agujas del reloj se movieran sin a su antojo, porque sin hacer nada más que estar los dos allí sentados el tiempo corrió rápido.
Los tejados de las casas, las vigas de madera, las calles empinadas, el aire limpio y ese día soleado era todo lo que necesitábamos en ese momento.
Un rato después necesitaríamos ese rabo de toro y judías con venado que nos tomamos en los Tojos, del que os hemos hablado antes.
¡Cómo no nos vamos a derretir cada vez que vamos a Cantabria si nos dan todo lo que nos gusta! ¿Queréis conocer más lugares llenos de encanto en el interior de Cantabria? Aquí os enseñamos más.