Comienza el último día de nuestras vacaciones en Escocia y con él, el último capítulo de esta serie de relatos que han descrito nuestros 11 días por esta maravillosa tierra. Para los que hayáis llegado aquí sin haber leído los anteriores os hacemos un pequeño resumen de nuestro itinerario.
A pesar de que la tarde noche anterior las lluvias hicieron acto de presencia, el sol nos despierta y está dispuesto a acompañarnos hasta que nos vayamos. Es una gran noticia.
Tenemos el equipaje preparado y en Clearemont Hotel nos dicen que nos guardan las maletas hasta que nos vayamos. Hacemos el check out y el equipaje se queda en una especie de consigna.
De nuevo comienza el paseo hasta la Old Town de Edimburgo. La ciudad continua con su animación habitual en estas fechas, y en vez de tener una sensación de nostalgia porque apenas nos quedan horas allí, nos contagian la alegría y vamos muy animados a hacer una visita muy especial Mary King’s Close.
Hasta el momento nos os habíamos hablado de los populares closes de Edimburgo, que son una especie de callejones que salen de la Royal Mile y que tienen ciertas peculiaridades. Por supuesto, y como a estas alturas ya sabéis, las leyendas viven en estos lugares.
Hoy por hoy la mayoría de los closes de Edimburgo son propiedad privada y su acceso no es libre. Otros, en cambio, están abiertos y si curioseáis tendréis otra visión de la ciudad de Edimburgo. Pero si uno se ha hecho peculiar es del que os hablábamos anteriormente. El Mary King’s close que está abierto al público desde 2003 (con visita guiada y previo pago de su importe).
El nombre de los closes de Edimburgo están vinculados muchos de ellos a profesiones y gremios, ya que acostumbraban a vivir cada uno de ellos en las mismas zonas.
En torno a estos estrechos y tenebrosos callejones existen muchas historias, macabras como no, y muy vinculadas a la peste. Tanto que, cuando nosotros llegamos allí, hasta nos las habíamos creído. Íbamos con la idea de una ciudad subterránea donde habían dejado encerrado a los apestados hasta su muerte. Uh, menuda historia. Lo cierto es que la realidad no es realmente esa y dista de esa crueldad. Aunque descubriríamos otras que son perfectas para “el morbo hambriento”.
Para empezar, los closes eran callejones en los que vivían alquilados generalmente gente humilde y trabajadora de la ciudad. Las viviendas crecían en vertical, llegaban a tener hasta 7 plantas. En las plantas altas y las más baja vivían los más desfavorecidos. La primera planta, alejada de ruidos y de fácil acceso, se reservaba para los que se lo pudieran permitir.
En el s.XVII la peste bubónica llegó a la ciudad, un momento en el que además, una vez más los ingleses y escoceses habían estado sumidos en uno de sus enfrentamientos. Se produjo un éxodo de Edimburgo, pero muchos ciudadanos quedaron cautivos en los closes mientras la agonía y la muerte llegaba a sus puertas.
En esas fechas, la protagonista del callejón que vamos a visitar ya había fallecido.
Comentaros que si queréis visitar Mary’s King close, lo más recomendable es que os acerqueis y hagáis una reserva. El motivo no está relacionado con la masificación, sino con la posibilidad de hacerlo en el idioma natal. Si vais con antelación cogerán vuestro nombre, pagareis la entrada y os dirán a qué hora tenéis que volver para hacer una visita guiada en grupo con gente que hable vuestro idioma. Así podréis aprovechar más el tiempo, en vez de estar en la puerta esperando a que llegue más gente interesada en la visita en español.
Mary King Alexander fue una viuda madre emprendedora. Gran comerciante que acumuló una riqueza importante en aquellas fechas (su testamento aún se conserva con el inventario de sus posesiones) y que llegó a conseguir tener derecho a voto. Antes del callejón tomar su nombre, éste se llamaba Alexander King Close. Alexander fue un famoso y reputado abogado que vivía en la misma calle. Entre ambos no existía ninguna relación, pero dicen que quizá la coincidencia de apellido fue la responsable de que el callejón, hoy por hoy, más conocido close de Edimburgo, esté bautizado con el nombre de Mary.
A medidados del s. XVIII los callejones se encontraban en un estado ruinoso, y existía una necesidad urbanística de poner cierto orden en la ciudad. Aprovechando estas circunstancias, no se dudó en que estos callejones podrían ser estupendos cimientos para un nuevo proyecto, que en la actualidad es el ayuntamiento de Edimburgo, el City Chamber. Así que, tras desalojar a principios del s.XX a uno de los pocos supervivientes que aun habitaban allí, se tapió y se construyó sobre los restos el nuevo edificio.
Así que, debajo de éste, durante muchos años, oculto y olvidado quedó un cachito de un Edimburgo subterráneo, lleno de pasadizos, callejones, restos de viviendas y almas vagantes llenas de sufrimiento. Y por encima del asfalto la nueva vida continuó.
La visita a Mary King’s Close permite sumergirte en ese Edimburgo subterráneo, redescubierto años después de ser sepultado y que te adentra en imágenes impactantes.
La entrada a este callejón no es gratuita. Nosotros nos planteamos si merecería o no la pena, pero ya a estas alturas todo lo quieres ver. Habíamos leído opiniones de todo tipo, y nosotros, bajo nuestra experiencia, ahora también tenemos la nuestra. Como anticipo comentaros, que en su conjunto nos mereció la pena.
El guía que os acompañará en la visita aparecerá caracterizado por un personaje del s. XVII, un abogado, un carnicero, una mujer de la época. Se dirigirá a vosotros como si fuera un habitante del callejón para relataros un montón de historias y curiosidades.
A parte de ubicaros un poco en la Historia, la visita se centrará mucho en historias particulares de habitantes del lugar. También pretenderá generar un ambiente inquietante y algo paranormal. Esta parte gustará más o menos en función de los gustos personales.
Podemos deciros que resultan impactantes algunas partes del recorrido. Comienzas descendiendo las escaleras que llevaran a los suburbios del antiguo Edimburgo. El ambiente es húmedo y bastante oscuro. Te sumerges en lo que eran viviendas y uno es consciente de las condiciones en las que se vivian en aquellas fechas. Mucha humedad y oscuridad, techos bajos.
En esta parte es cuando se encargarán de desmentirnos el hecho de que en Edimburgo se dejó encerrados a los enfermos de peste para morir a su suerte. Todo lo contrario, los propios enfermos se encerraban en su casa y ponían en las puertas una bandera blanca para indicar que allí habitaba un apestado. Entonces otros ciudadanos dejaban en las puertas alimento para ayudar a su superviviencia. Además, había un médico, que iba visitándolos para intentar aliviar su malestar.
Quizá es en este personaje donde se auna una de las imágenes más escalofriantes. En una de las salas que visitareis se recrea una habitación en la que, en literas, una familia permanece enferma y la sombra del doctor se refleja en la pared. El doctor los visitaba con una túnica y una máscara con un pico gigante que pretendía protegerle del contagio. Digna imagen de cualquier película de terror (desde otro punto de vista podría recordaros al carnaval de Venecia).
Continua el trayecto por el Close. Si en ese momento nos apagan la luz y nos dicen que salgamos, al menos yo, me quedo paralizada y paso a formar de por vida parte del atrezzo del lugar. No os queremos descubrir muchas más historias, para que os sorprendan si decidis visitarlo. Solamente dejaremos un nombre aquí puesto ¿Annie? …
Si hay una parte que nos gustó especialmente fue casi al final, un callejón que te traslada al s XVIII a la velocidad de la luz, quizá la parte en la que más te alegras de haberte sumergido en uno de los closes más populares de la ciudad. Por desgracia, antes de entrar nos prohiben terminantemente realizar ningún tipo de fotografía. Allí, y justo en esa calle, ellos te realizan una foto, que si a la salida (como en el zoo) te gusta, puedes adquirir (también previo pago de su importe). Siendo una especie de cámara nocturna os podéis imaginar que el aspecto, al menos el nuestro, era totalmente espectral, y decidimos que nos gusta vernos con una cara un poco más alegre ante la vida, así que la dejamos allí, igual nos incluyen como fantasmas, habíamos quedado muy bien.
Salir al exterior fue una explosión de luz y ruido. Eran más o menos las 12.30 de la mañana y Edimburgo rebosaba por todas sus esquinas. Nos dedicamos a callejear emocionados, a ver actuaciones, a vivir la calle hasta el último minuto. Eran tantas las ganas de aprovechar hasta el final, que decidimos que con el bonito día que hacia, lo mejor era comer en la calle.
Nos fuimos a un Subway y nos hicieron un bocadillo, de esos que se te van de las manos, que empiezas a meter ingredientes y cuando te quieres dar cuenta, no sabes ni lo que estás comiendo, sabe a algo que nunca has probado, porque aunque quisieras no serias capaz de volver a repetir tal combinación. Pero sabe genial. Nos cogemos unas bebidas, y vemos unos escalones que nos gritan… Aquí, aquí… y nos sentamos.
En cuestión de minutos, no estamos solos, y en el centro un humorista-mago, muy muy cachondo saca todo su arsenal y comienza su actuación. Qué divertido. Es que allí no solo actúan, interactúan. Si estás sentado, eres candidato a acabar siendo cómplice del artista. Se combinan todos los elementos, un niño de no más 5 años espontáneo, unas chicas… es un no parar. Los organizadores siempre merodean porque tienen un tiempo límite, cuando acaba, llega otro y comienza con otro espectáculo, y el que estaba ahí, se va a otro lugar. Así los ves circular de lado al lado.
El tiempo que nos queda lo dedicamos llenarnos los pulmones, la vista, los oídos de Escocia, de la diversión, de su vida y cuando el reloj nos susurra que ha llegado la hora, sin pena y con mucha felicidad vamos a por las maletas al hotel.
Desde ese momento nos centramos en la logística de vuelta. A cinco minutos del hotel hay un autobús que lleva hasta la estación de autobuses en Princess Street. Andando son unos 20 minutos, pero claro llevamos 2 trolleys y una maleta grande. No estamos por la labor.
En las paradas de los autobuses se puede ver a qué hora pasa el autobús y, cuando íbamos al hotel a por las maletas, ya tomamos nota a qué hora pasaba. En no más de 7 minutos estamos en Princess Street. Desde allí sale el autobús que lleva directo al aeropuerto. Es un itinerario sencillo, sin dificultades. Se coge a pie de calle, no tiene pérdida y salen cada muy poco tiempo (no recordamos el precio). Al menos un día de diario hacia las 4:00 de la tarde.
Por una vez, en uno de nuestros viajes internacionales, ni nos sobra, ni nos falta tiempo. Todo fluye. Sería el karma que lo teníamos en paz…
Facturamos la maleta grande y vamos al control de seguridad. Esa parte resulta horrorosa, muchísima gente e infinito calor… una vez superado solo queda esperar.
Al subir al avión una sensación rara en nuestro interior ¿Nostalgia? No sabemos, es esa sensación típica. Parece mentira, meses preparándolo todo y cada día allí un regalo. La suerte nos ha sonreído, todo ha salido bien, nos hemos divertido, nos hemos reído mucho, hemos disfrutado. Afloran los recuerdos de cuando, así, al azar nos planteamos ¿Y si este verano nos vamos a Escocia?
Esta pregunta resonaba ahora hace un año en nuestra casa, y empezábamos con la aventura de leer, de mandar mails, de reservar, y de llenarnos de emoción por esta aventura. Ahora, queremos dejarlo aquí para todos a los que os pueda ayudar. Para animaros si os lo estáis planteando porque es un lugar estupendo en el que se pueden hacer muchas cosas . Pero si os somos sinceros, sobre todo lo dejamos en este formato de diario, porque lo hemos disfrutado mucho un año después recordándolo y reviviéndolo, teniéndolo escrito e ilustrado. Porque Escocia se ha quedado en nuestro corazón.
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