En un mes de octubre, aprovechamos para hacer una escapada de 4 días a la Comarca del Matarraña (Teruel), una zona llena de pueblos con encanto, muchos catalogados de bien de interés turístico o Patrimonio Histórico Artístico y algunos en los listados de pueblos más bonitos de España. En las entradas anteriores, hemos ido narrando cuál fue nuestro itinerario y las particularidades de cada lugar:
Hoy continuamos este diario de viaje con el tercer día de la escapada, que fue bastante intenso en cuanto a destinos, pero que no nos supuso para nada ir rápido en las visitas. Al contrario, pudimos disfrutar de cada rincón con el tiempo que nos apeteció.
Como decíamos, el día anterior, Valderrobres fue el último pueblo que visitamos, pero como llegamos cuando la tarde ya estaba cayendo, decidimos volver al día siguiente, para poder volver a pasearlo con la luz de la mañana. Es un imprescindible de la zona si viajáis allí.
Aquella mañana nos levantamos un poco cansados y, de nuevo, nos ofrecieron el desayuno de los campeones. A veces comentamos si, quizá, aquel alojamiento era como el cuento de Hansel y Gretel y nos estaban cebando con algún fin macabro, porque las cenas y desayunos eran muy potentes (algo que nos acabaría pasando factura).
Con el estómago caliente, pusimos rumbo al Valderrobres de nuevo. Un día soleado nos acompañaba y,como si nunca hubiéramos estado antes, nos adentramos en tan coqueto lugar para redescubrirlo.
Valderrobres, capital de la comarca, está dividida por el río Matarraña, a un lado de él se encuentra el casco histórico, plagado de edificios de interés cultural y artístico, al otro lado, el Valderrobres donde vive gran parte de sus habitantes, el más moderno.
Para acceder al casco histórico, que parece sacado de un cuento, hay que cruzar el puente de piedra medieval que atraviesa el río, se sitúa su origen en el s.XIV. En sus aguas se reflejan las casas creando una estampa maravillosa. Allí se encuentra una de las puertas de la muralla, la de San Roque, que dará paso a un callejeo muy disfrutable.
En lo alto de la localidad se encuentra el castillo, Patrimonio histórico de España y bien de interés cultural. Su origen data del s.XIV y s.XV, con un aspecto no tan marcado como fortaleza militar como palaciego. Es visitable. Nosotros no accedimos a su interior, pero sí subimos hasta su puerta para verlo de cerca y apreciar sus dimensiones. Ha sido reconstruido y desde arriba se tiene unas vistas del enclave del pueblo muy buenas.
El castillo estaba comunicado, en las mazmorras, con la Iglesia por un pasadizo, por el que se dice que algunos presos pudieron fugarse.
Valderrobres es un pueblo para callejearlo, coger una calle a la derecha, a la izquierda, subir y bajar. Llegar hasta su Iglesia Santa María la Mayor, visualizarlo desde la zona más alta, en los alrededores del castillo, donde se transforma en una trenza de tejados y disfrurarlo con tranquilidad.
Una localidad preciosa, llena de rincones coquetos, que a ratos te transportan en el tiempo.
Su ubicación, arquitectura, el color de las fachadas, balcones y tranquilidad contribuyen a que sea uno de los pueblos que aparecen en muchos de los listados de pueblos más bonitos de España. Aunque ya os decimos que la zona tiene otros muchos preciosos. Y como llevábamos varios en la lista, llegaba el momento de poner rumbo al siguiente.
Después de “redescubrir” Valderrobres, pusimos rumbo al siguiente destino, Calaceite.
Ambos lugares están separados por 22 km, que se traducen en unos 22 minutos. Más o menos, esta es la conversión de km-tiempo por la Comarca del Matarraña.
Calaceite tiene un casco histórico de gran belleza, declarado Bien de Interés Cultural y Conjunto de Interés Histórico-Artístico. De nuevo, nos adentramos en un lugar donde la homogeneidad arquitectónica hace que todo desprenda gran armonía.
El corazón de Calaceite late en la Plaza de España. Allí, aquel día se respiraba un ambiente tranquilo y alegre a la vez. Era día festivo y el castellano y catalán se mezclaban formando un soniquete único. Porque sí, en esta zona ambas lenguas son protagonistas. Una plaza con soportales enmarcados con arcos, el Ayuntamiento y las fachadas que la conforman, todo de un color miel uniforme.
El casco de Calaceite posee numerosas casas solariegas, con los escudos en las fachadas y es que esta localidad prosperó gracias a sus olivos.
Desde la Plaza de España se tiene una bonita vista de las calles que salen de ella, enmarcadas por los arcos antes mencionados, dejan ver la hilera de casas que descienden, o ascienden por sus calles. Nos llamó la atención especialmente una de las vistas, que mostraba, al fondo, un edificio singular.
La Capilla de San Antonio, o Portal Capilla de San Antonio. Es característico este tipo de edificios en la comarca. Calaceite fue un lugar amurallado, este portal era uno de los accesos a intramuros. Según fue pasando el tiempo y la muralla dejó de tener su uso, sobre este portal (en el s.XVIII) se construyó una capilla.
Calaceite tiene otro ejemplo más, la Capilla de la Virgen del Pilar, que encontraréis en vuestro paseo.
Luego, una vez que te sumerjas por sus calles, de aire medieval, el secreto está en fijarse en los detalles de las diferentes casas.
De Calaceite, pusimos rumbo a nuestro siguiente destino, Cretas, a tan solo 12 km.
Cretas lo encontramos prácticamente para nosotros solos, quizá era la hora de comer o de la sobremesa y la gente se encontraba retirada en el descanso de aquel festivo, que es una de sus Fiestas Mayores, el 12 de octubre.
Aprovechamos para comer en una de sus callejuelas, sobre unos barriles con banquetas y en manga corta. Algo informal, pero, oye, se estaba en la gloria, tranquilidad absoluta.
Después de comer en la Plaza Mayor, nos vimos los dos solos en aquel precioso lugar, que en aquellas fechas tenía todos los balcones decorados con banderas.
La plaza de Cretas nos pareció preciosa. En el centro hay una columna del s.XVI, que por lo visto se movió a este emplazamiento en los años 60, donde antes en su otra ubicación era el lugar donde se ajusticiaba a los delincuentes.
Este encantador pueblo estuvo amurallado. Actualmente, de aquella construcción defensiva quedan portales, que igual que contamos en Calaceite, han sido reconvertidos, como el de San Roque, otros quedan como restos del pasado, contribuyendo al trazado medieval de la localidad.
En Cretas, de golpe te ves sorprendido por la fachada de la Iglesia de la Asunción, que al entrar en una plaza, más bien tirando a pequeña, impacta con la altura y dimensiones de la misma, sin tener casi espacio para obtener una buena perspectiva de ella debido a su tamaño.
Cretas se convirtió en otro remanso de paz en la Comarca del Matarraña, es pequeño y muy coqueto.
Seguimos en ruta, siguiente destino, Monroyo, a una media hora de camino.
No queremos que esta entrada se haga demasiado larga y todavía nos queda una parada más antes de llegar al fin de la jornada. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, así que os dejaremos algunas de este pueblecito, que de nuevo nos parece que tiene muchísimo encanto y fue una pequeña parada después de comer.
Además, tiene la particularidad de que en lo alto se encuentran los restos del castillo árabe, desde donde se obtienen unas vistas del enclave y de la propia localidad.
Y continuamos circulando por las carreteras que atraviesan la comarca, cerrando el círculo que nos llevaría a nuestro alojamiento en Ráfales, hacemos una nueva parada, en este caso se trata de Peñarroya de Tastavins, a 9 km de distancia de Monroyo.
Desde la distancia, esta localidad descansa sobre una ladera, como si se deslizara.
Peñarroya de Tastavin se diferencia un poco más de los otros pueblos que visitamos en esta jornada. Nos gustó muchísimo también y fue la guinda perfecta para acabar el día.
El lugar en el que se encuentra ubicado es pintoresco y el callejeo resulta encantador. Calles estrechas con fachadas más altas que las que habíamos visto anteriormente, balcones y tejados de madera…
De nuevo, el paseo lo realizamos, prácticamente, en solitario. ¿Sabéis esos días en los que uno se siente invadido por una paz interior? Que aunque no pares, lo vives todo con tranquilidad, en el que puedes disfrutar de los pequeños detalles de lo que te rodea…
Aquel día lleno de pequeñas paradas, cercanas unas de otras, sin hacer grandes cosas, pero rodeados de lugares con tanto encanto, fue totalmente revitalizante.
Cuando llegamos Ráfales, donde estaba nuestro alojamiento, nos pusieron otra de las potentes cenas con las que nos agasajaban cada noche, pero aquel día no pudo acabar del todo redondo.
Cuando llegamos a la habitación nos sentíamos cebados, así, literalmente. Una cena copiosa y un cansancio intenso hizo que la digestión de "el que no escribe" decidiera pararse, y pasamos una noche “maravillosa”. Menuda fiesta…
Pero la escapada continuaba, al día siguiente abandonábamos la Comarca del Matarraña, pero de vuelta a casa teníamos planeadas dos paradas más… Porque un viaje hay que aprovecharlo de principio a fin.
Al día siguiente más…
¿Tienes planes más?