Quinto día de nuestras vacaciones. Nos despertamos temprano una mañana más después de una jornada espectacular el día anterior. El otoño anterior a este viaje de verano, habíamos hecho una escapada a Baviera. Cuando la estuvimos planificando, vimos que el Lago Konigssee podía ser una opción para uno de los días, pero dada lo corto que fue el viaje al final, por distancias y tiempo, era inviable. Así que, como se nos habían quedado muchas ganas y en este viaje nos quedaba “a mano”, decidimos incluirlo. Hoy cruzamos la frontera a Alemania.
Mientras desayunábamos en el hotel comentábamos un poco el planning del día, era ambicioso y de lo que teníamos en mente inicialmente a lo que surgió al final hubo bastante diferencia.
Para visitar el Lago Konigssee se puede hacer de diferentes maneras. Este lago recuerda a las imágenes de los fiordos. Entre las montañas, se encuentra este imponente lugar de aguas transparentes que, depende del momento, cambian a diferentes tonos azules y verdosos. El lago tiene 8 kilómetros de largo, 1.250 metros de ancho y una profundidad de unos 200 metros.
Pretendíamos coger el barco que te lleva al final del lago y luego en un pequeño paseo desde allí llegar a otro lago que hay detrás, el Obersee. Para después, quizá en la tarde, subir al Nido del Águila, pasando por Betchesgarden. Como veis, intenciones teníamos muchas… Ahora, del dicho al hecho...
Pretendíamos coger el barco que te lleva al final del lago y luego en un pequeño paseo desde allí llegar a otro lago que hay detrás, el Obersee. Para después, quizá en la tarde, subir al Nido del Águila, pasando por Betchesgarden. Como veis, intenciones teníamos muchas… Ahora, del dicho al hecho...
El Nido de Águila es un refugio (Kehlsteinhaus) que se le regaló a Hitler por su 50 cumpleaños y casi no utilizó porque dicen que tenía vértigo. De hecho, es por ese motivo que es uno de los pocos lugares que se conservan que tengan que ver con él. Tiene unas vistas impresionantes y la carretera de acceso se considera una obra de ingeniería, hay que coger una lanzadera para acceder. Pero el Nido de Águila nos quedó pendiente porque el día nos trajo otras sorpresas a las que no pudimos renunciar.
Lo primero, llegar desde Golling an der Salzach al aparcamiento del Lago del Rey (o Konigssee). Veréis que el aparcamiento es enorme, está claro que es una zona que supone una gran atracción turística. En el verano de 2015, el precio por dejar estacionado el coche durante todo el día era de 5 euros.
Desde el aparcamiento hasta la zona de las taquillas donde se cogen los tickets para poder atravesar en barco el lago, se pasa por bastantes tiendas de souvenirs, heladerías, ropa, etc.
Nosotros llegamos relativamente temprano y ya el sol estaba en plan “azotante”, que no tenía demasiados miramientos. LLevábamos con nosotros las mochilas con todo el kit, bañador, toallas, manga larga, corta, cámara, etc...
Hay dos tipos de tickets que podéis coger, uno que te lleva a la Iglesia de St Bartholomew (en la mitad del lago más o menos) y que ida y vuelta son 13,90€. Desde allí, salen varios senderos para poder recorrer.
Y luego está el ticket que cogimos nosotros, que te lleva hasta el final de lago (Salet). Tiene un precio de 16,90€, ida y vuelta, y tiene una parada en St Bartholomew, donde te puedes bajar, y luego volver a subir para llegar hasta el final.
Hay que tener en cuenta que el recorrido completo del barco lleva un rato. Es una embarcación extremadamente silenciosa y eléctrica, para evitar cualquier tipo de contaminación en el entorno. Hasta la ermita se tarda unos 35 minutos, y de ahí al final, otros 20 minutos más.
Así que, allí que nos montamos, con una ilusión inmensa, en un barco acristalado que iba hasta arriba de gente. Durante el trayecto te van hablando, pero es en alemán, con lo que no pudimos entender absolutamente nada de lo que iba contando el buen hombre. Nos limitamos a mirar por la ventana y, dada la luz, el sol y el calor que hacía cayendo un poco en la decepción del recorrido, porque no teníamos tan buena visibilidad como habíamos imaginado.
Íbamos haciendo vídeos y fotos mientras sudábamos la gota gorda con ese calor húmedo que acompañaba ese verano. Y de golpe, paran el motor del barco en el centro del lago. Se hace el silencio, se mascaba en el ambiente que algo importante iba a ocurrir. Bien que nos habíamos quedados tirados en medio del lago, lo cual habría sido memorable con todos los que allí estábamos, o bien que nos iban a sorprender con algo.
Por suerte fue lo segundo, uno de los “capitanes” (lo llamaremos así por su indumentaria al más estilo “Vacaciones en el Mar”) coge la trompeta, se asoma por la parte alta del barco que permitía abrir la cristalera, y se marca un solo de un par de minutos. Ahí, en el centro del lago, con el resonar del instrumento musical se podía percibir perfectamente el eco de la melodía. Cómo resonaba retumbando en las paredes de las montañas hasta devolvernos el sonido gemelo que estaban tocando.
Precioso todo, en serio, muy bonito, lástima que el momento se rompiera, cuando “el capitán” fue pasando la “gorrilla”, lo que sinceramente aparte de quitarle bastante glamour al momento, nos dejó un poco alucinados; 17€ de crucerito que no incluye los dos minutos de eco. Porque, vamos a ver, el solo estaba bien, pero era una demostración de lo que es el “eco”, no se marcó aquí una pieza musical inolvidable. Nos dió mucho juego para bromear durante un rato el momento de “pasar el cepillo” a los asfixiados pasajeros.
Bajamos en St Bartholomew. Es una parada intermedia en el camino, donde se encuentra una pequeña capilla símbolo de peregrinación, dedicada al patrón de los ganaderos y agricultores de la zona de los Alpes. Independientemente del templo, el enclave es una maravilla, de verdad. Fuera del ferry se puede apreciar muchísimo mejor el entorno en el que uno se encuentra.
Paseamos por el margen del lago durante un rato. Muchas de las personas aprovechaban para descalzarse y meterse parcialmente en el agua. Nosotros no paramos de hacer giros de 360 grados casi constantes para intentar captar la inmensidad de ese rincón. Estamos en los Alpes, sí, y ese lugar es precioso.
Al cabo de un rato volvemos a uno de los barcos que llegan y nos montamos para continuar hasta el final del lago. Justo, en la última parte del trayecto, quizá por cómo cae la luz o que el fondo fuera diferente, el agua es de un turquesa casi caribeño, impresionante.
Desde el lugar en el que te deja el barco, al final del trayecto, hay que seguir un sendero si os apetece ir a ver el Obersee, un lago que nos dio un día mágico. Solo se puede acceder a él de esta manera, y es un entorno maravilloso.
Con el sol atizando, y mis pelos casi más cerca de parecerse a los de Pocholo con unos mechones rubio platino alpino, en unos 15 minutos llegamos al Obersee. Un lago de 500 metros de ancho y kilómetro y medio de largo. Envuelto por montañas que dejaba ver al fondo una pequeña cabaña de madera, al más puro estilo “postal de cuento”.
Cogemos el margen izquierdo del lago y lo vamos bordeando con intención de llegar al otro lado, justo donde la cabaña.
Es un recorrido sin mayor dificultad, quizá unas escaleras medio naturales que con la humedad puedan ser algo resbaladizas, pero sin más.
Hace calor, y vemos que la gente va buscando trocitos de orilla donde sentarse, y algunos bañarse. Es muy tentador, ese lago pide a gritos ser conquistado por el espíritu español.
A mí, personalmente me torturaba bastante el momento bañador, pero tras haber tenido alguna experiencia previa en Austria, con una buena organización, entre “el que no escribe” y yo, nos calzamos nuestros trajes de baño, entre otros tantos que lo hacían con la misma naturalidad.
Bastante cerca de la cabaña, a escasos metros encontramos el lugar donde dejar nuestras cosas y darnos un baño en el Obersee. Dentro del agua no hay mucha gente, bastante amago de hacerlo, pero en la realidad, pocos dentro del agua.
El día lo pide, aquí Neptuno (el que no escribe) y la Sirenita (no aguantan más), y justo en el momento que vamos a emprender rumbo al agua, con los bañadores puestos y lanzados, una de esas avispas bobonas que encuentras en Austria andaba por ahí, y decide meterse bajo mi pie, realmente entre mi chancla y mi pie. Yo noto que algo se me clava, y espabilada de mi piso más fuerte intentando apartar lo que creía que era una piedra puntiaguda. Pero no… levanto el pie cuando me da un dolor insoportable, y ahí estaba el animalito… Quién me iba a decir que iba a acabar atacando a la avispa.
El dolor es intenso, por suerte llevamos en nuestro kit un roll on con cortisona para las picaduras, planto un poco y decido meter el pie el el agua… Coja, pero no pienso renunciar a mi baño.
Y ahí empieza el disfrute de un día mágico. El Obersee, a braza, el Obersee a crol, el Obersee haciendo movimientos de sincronizada, El Obersee haciendo el muerto, el Obersee buceando, El Obersee desde el centro, desde la orilla…
Ese lago, quizá por la temperatura del día, tenía unas corrientes de impresión. Igual notabas el agua fresca pero dentro de lo templado, que te venía una corriente congelada, y luego se iba. Venían por arriba, por abajo.. Pero era alucinante…
Fueron unos baños impresionantes, nos hicimos videos, fotos, nos reímos, nos paramos dentro del agua a girar de nuevo 360 grados y pensar, que nunca, nos habíamos bañado en un lugar tan espectacular. La ola de calor era un infierno para muchas cosas, pero también gracias a ella pudimos bañarnos en varios lagos de los Alpes y disfrutar de día de relax impresionantes. Cosas que no siempre se pueden hacer, esas aguas cristalinas e impolutas.
Se acercaba la hora de comer, como a mi me picó el bicho en todo el centro de la planta del pie, lo de caminar estaba fastidiado, así que “el que no escribe” hizo una incursión para ver si en la zona de la cabaña había algo para picar, porque no llevábamos alimento.
Efectivamente esa cabaña, que estaba al fondo, ofrecía leche, muy típico en la zona, cerveza, vasos de agua y dos tipos de tostas. Una de quesos y otras de jamón (jamón de allí, que es un poco diferente, por no decir muy diferente).
Esa cabaña no tenía dentro espacio, la gente se lo tomaba fuera, solo había dos mesas de madera, de banco corrido, y en una esquinita nos sentamos con mi agua, la cerveza del que no escribe y nuestras dos tostas mirando al frente sin dar crédito de dónde estábamos comiendo…
Después de comer, buscamos una sombra donde dejar que bajara un poco el piscolabis y emprendimos la vuelta hacia la parada del Ferry. De ida, desde el Ferry, tardaríamos unos 40 minutos, y de vuelta fueron 25 más o menos. Cojeando, pero sobreviviendo.
La espera del barco fue dura, había muchísima gente a pesar de venir con bastante frecuencia, con lo que había que hacer cola, sin sombra y a las 4 más o menos eso atizaba sin compasión. A pesar de haber bajado mucho la temperatura con nuestros baños esos momentos fueron muy complicados. Pero el barco llegó y, tras una hora y algo en su interior, con un calor bastante intenso también llegamos a la otra orilla.
Un par de helados que nos compramos junto con la botella de agua más cara de la historia. Ya caía el sol, y aprovechamos un banco para tomárnoslo como dos niños.
Por supuesto, dadas las horas, lo del Nido del Águila y Betchesgarden ya no era viable, pero si Ramsau, de donde se obtiene una de las imágenes más típicas de Baviera. Aquí os la dejamos.
Estábamos bastante cansados, sacamos unas cuantas fotos y pusimos rumbo a Golling an der Salzach.
Cenamos como si hiciera días que no comíamos. Por la noche caía la temperatura y en esa terraza tan preciosa del alojamiento era una maravilla que te pusieran la comida. Nos despedimos pidiendo un ragut de venado muy bueno y otro schnitzel.
Esa noche nos tocaba, además, cerrar nuestras maletas y recoger nuestras coladas clandestinas. Al día siguiente se iba suceder el día al que más miedo tenía, junto a las Cataratas del Krimml, por el esfuerzo físico que había leído que requería. Y además suponía el primer cambio de alojamiento.
Al día siguiente nuevos rincones especiales, cansancio físico y alguna anécdota que nos convertiría en los turistas más afortunados del día.
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